La Virgen del Carmen aparece muy a menudo relacionada con las almas del purgatorio, como abogada de los que están en proceso de purificación tras la muerte a la espera de encontrarse con Dios cara a cara. Ya hemos hecho una reflexión sobre el Santo Escapulario en relación a las promesas que se le asocian y hemos hecho un repaso histórico de la primera de ellas. Aquí vamos a centrarnos en la segunda promesa, o la «bula sabatina»: a decir de ésta, aquel que muera llevando el Escapulario será liberado del purgatorio el sábado siguiente al deceso. La cuestión es compleja.
Dice la tradición que la Virgen —vestida de carmelita— se aparece a Jacobo Duése (†4.12.1334) y le hace esta segunda promesa. Cuando éste llega a ser papa emana el documento conocido como la «bula sabatina» y se propaga por doquier:
“Yo, suplicando de rodillas, vi a la Virgen María carmelita, que decía las siguientes palabras: “Oh Juan, Juan, Vicario de mi amado Hijo: así como yo te he librado de tu adversario y falso papa, del mismo modo tú serás mi vicario para este solemne don de mis súplicas solemnes, dirigidas a mi dulcísimo Hijo y que me fueron concedidas gratuitamente; por eso, debes conceder una grande y amplia confirmación a esta santa Orden carmelita, devota mía, que Elías y Eliseo iniciaron en el Monte Carmelo. Que para cuantos profesen dicha Regla, prescrita por mi siervo el bienaventurado patriarca Alberto y aprobada por mi amado hijo Inocencio, y la sigan y la preserven intacta, debes tú confirmar en la tierra lo que mi Hijo amado ha ordenado en el cielo, es decir: que quienes perseveren en santa pobreza, obediencia y castidad y entren en esta santa Orden y santa Religión, llevando el signo del santo Hábito y llamándose hermanos o hermanas de mi Orden antedicha, serán liberados y absueltos de la tercera parte de sus pecados, desde la hora del día en que ingresen en dicha Orden, prometiendo castidad si es viuda, virginidad si es virgen, y guardando fidelidad matrimonial si estuviese casada, como manda la santa Madre Iglesia. Y que los hermanos que profesen en dicha Orden sean absueltos de pena y de culpa. Y el día en que pasen de esta vida presente al purgatorio, a esta gloria implorada, yo bajaré del cielo como Madre gloriosa el sábado después de su muerte; y a cuántos de ellos encuentre en el purgatorio, los libraré y los conduciré al monte de la vida eterna. Ahora bien, los hermanos y hermanas deberán decir las horas canónicas, según la Regla que les dio el bienaventurado patriarca. Los que no sepan leer, deben ayunar los días que manda la santa Iglesia, a no ser que alguno esté impedido por causa de necesidad; y el miércoles y sábado deben abstenerse de comer carne, excepto el día del nacimiento de mi Hijo. Y dicho esto, la santa visión desapareció” (Bula Sabatina atribuida a Juan XXII, fechada el 3 de marzo de 1322).
Hay que decir que esta bula sabatina no tiene valor legítimo. Se ha estudiado y escrito mucho sobre el enrevesado proceso que llevó a falsificar este texto (Lea, quien quiera saber más, este pequeño estudio divulgativo). Otra cosa diversa de la falsedad de esta pseudo-bula es el contenido del privilegio sabatino en sí, a saber, la promesa de la liberación del alma del purgatorio el primer sábado tras la muerte de un piadoso difunto portador del escapulario. Pese a la falsificación de esta pseudo-bula, los carmelitas fueron buscando a lo largo de los siglos XIV-XV la confirmación eclesial de aquella piedad que ya se estaba viviendo de hecho de forma muy extendida en toda Europa: “En nuestros días, España descuella sobre todos; no hay casa o lugar en el que no se vista el hábito del Carmen (…) En verdad, toda España, con Portugal, parece un gran convento de carmelitas” (P. JOSÉ FALCONE, Crónica Carmelitana, Piacenza, 1595, p.507). Por fin, Gregorio XIII, por medio de la Congregación del Santo Oficio formaliza en 1613:
“Se permite a los padres carmelitas predicar que el pueblo cristiano pueda creer piadosamente en la ayuda a las almas de los frailes y cofrades de la cofradía de las hermandades de la Santísima Virgen María, a las almas de los hermanos y cofrades, muertos en gracia, que durante su vida llevaron el hábito, observaran castidad según su propio estado de vida, recitaran el oficio parvo y, si no saben recitarlo, observaran los ayunos de la iglesia y todos los miércoles y sábados se abstuvieran de carne (menos cuando se trate de la fiesta de Navidad que caiga en estos días), los ayudará con su continua intercesión, píos sufragios y méritos y una especial protección, después de su muerte, y especialmente el día de sábado, día que la Iglesia dedica especialmente a la Santísima Virgen María. Por tanto, las imágenes que sobre este tema suelen hacerse o pintar devotamente, no se hagan con el descenso al purgatorio de la misma Santísima Virgen, sino que sean los ángeles los que lleven a tales almas al cielo por intercesión de la misma Virgen” (Congregación del Santo Oficio, 1613).
A partir de ahí, los papas van asumiendo esta creencia según la cual la Virgen intercederá después de su muerte con una especial protección el día de sábado por los portadores del Escapulario. Cuando decimos “creencia” queremos decir que no se trata de un artículo de fe dogmática, la cual requiere la adhesión obligada del pueblo fiel. En cuanto a la asunción papal de dicha “creencia piadosa”, véase, por ejemplo, lo que dice Pío XII:
“Ni la piadosísima Madre dejará de intervenir para que sus hijos detenidos en el purgatorio por sus faltas alcancen lo más pronto posible la patria celeste, por su intercesión, según el tan conocido privilegio sabatino transmitido por la tradición” (PÍO XII, Neminem profecto latet, 1950).
Hecha ya una reflexión sobre las promesas del Santo Escapulario, y concluido su valor de creencia piadosa, surge la pregunta: si no le otorgamos un valor riguroso a sus promesas en el sentido fuerte de la palabra, ¿con qué valor vivimos y predicamos hoy los carmelitas sobre el Santo Escapulario? En los próximos días ofreceremos un pequeño acercamiento a las perspectivas carmelitas del valor espiritual y moral que nos aporta.
(En la imagen destacada, el icono oriental conocido como “Maria Salus Populi Romani”, llegado a Roma a finales del siglo VI)