La piedad mariana de la Iglesia a lo largo de la historia ha cultivado una especial expresión los sábados en relación a la Madre de Dios. Es evidente que, sólo nombrar el sábado en relación a la Virgen, viene a la mente el Sábado Santo. A partir de ahí, se fue profundizando en la misión particular que María tenía en la salvación de la humanidad. Esa importancia ha quedado especialmente reflejada, por ejemplo, en la iconografía cristiana.
Por otro lado, en el Carmelo esa devoción mariana se concretó en lo que se conoce como la “Statio” sabatina, a saber, el especial ejercicio semanal de piedad con santa María. Desde este rincón carmelita vamos a intentar dedicar un espacio los sábados de esta Cuaresma para avivar la meditación de los misterios de la fe apoyándonos en este bellísimo icono conocido como “Madre de Dios de la Pasión”, o “Virgen del Perpetuo Socorro”. La Cuaresma es un tiempo privilegiado de gracia para reavivar la oración y prepararnos lo mejor posible a celebrar el núcleo central de la fe cristiana, la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor.
A día de hoy, el icono original -procedente de la isla de Creta en su origen (entorno al siglo X)- se conserva y puede contemplar en el altar mayor de la iglesia de San Alfonso del Esquilino, muy cerca de la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma. Ciertamente, a causa de la propia historia que ha seguido el icono, la devoción a esta advocación ha quedado asociada a la orden de los redentoristas, fundada por san Alfonso María de Liguori. Nadie piense por ello que sembramos confusión entre lo típicamente redentorista y lo carmelita. Más bien, queremos situarnos en la escuela del insigne carmelita Arnoldo Bostio, para el cual todo lo mariano es carmelita, es decir, que nos invita a considerarlo como algo a lo que se debe el carmelita.