¿Qué nos dice la historia del icono en nuestro camino cuaresmal?
La imagen o icono original del Perpetuo Socorro está pintado al temple sobre madera de nogal. Mide 53 cm de alto por 41,5 cm de ancho (21 x 17″). Su datación de origen no es un tema cerrado: los que piensan que es más antigua, la hacen remontar al s. X-XI; otros estiman que su origen debe ser más tardío, pero siempre anterior al s. XV pues consta el primer documento histórico a su propósito y sitúa este icono de la Virgen repartiendo milagros a finales del siglo XV en la iglesia romana de San Mateo.
En efecto, la historia registra que el icono había sido robado de una iglesia de Creta por un mercader, que en su viaje a Roma, fue librado de un inminente naufragio, al invocar al icono que llevaba escondido entre sus mercancías. Con ello barruntamos un origen cretense, pues, de la mano de algún iconógrafo griego. Sea como fuere, el “piadoso ladrón” tuvo remordimientos a la hora de su muerte y reveló el secreto al amigo romano que lo atendía, con el ruego entre lágrimas de que lo diera para recibir culto en un templo. Durante 5 ó 6 años se sucedieron algunas vicisitudes históricas antes de que el icono llegara a una iglesia dedicada al apóstol San Mateo, de cuyo culto se encargaban por entonces los agustinos. Hubo una gran asistencia de clero y del pueblo fiel. Ese mismo día la Virgen realizó el milagro de curar a un paralítico que se encomendó a Ella.
Y allí fue colocada el 27 de marzo de 1499, fecha que inicia la etapa romana de la historia milagrosa del icono. Se sucedieron tres siglos de esplendor ricos en milagros atribuidos a una mediación de la intercesión ante la imagen. Pero la invasión napoleónica también entra a saco en Roma. El general Massena decreta la demolición de treinta iglesias romanas, bajo el pretexto de que amenazaban ruina, para expoliarlas. Entre ellas, estaba la de San Mateo con el icono del Perpetuo Socorro. Los agustinos no quieren separarse de él. Se acogen a una iglesia vecina con la imagen y años más tarde, cuando les confían Santa María de Posterula, colocan allí el milagroso icono, no en la iglesia, dedicada ya a otra advocación mariana, sino en el oratorio privado de la comunidad. Allí permaneció durante muchos años desconocida del pueblo e incluso de los mismos frailes, a excepción del H. Agustín Orsetti, único superviviente de San Mateo, que permitió seguir el itinerario de la imagen.
Años más tarde, hacia el 1865, el Superior general de los redentoristas, P. Mauron, presentaba al Papa Pío IX la solicitud del Icono para una nueva iglesia. El Papa, gran devoto de la Virgen, accedió benévolamente a sus deseos. Los redentoristas recuperan, sí, el icono; pero se hallaba muy deteriorado, por su antigüedad secular y por el abandono de los últimos años. ¡Necesitaba una restauración urgente! (Véase nuestra imagen destacada).
Era el 6 de abril de 1866. Una entusiasta procesión acompaña a la imagen en su traslado y reposición en la iglesia de San Alfonso. La historia nos conserva varios milagros realizados por la Virgen a su paso por las calles de Roma. La prensa local comenta el acontecimiento y se organizan solemnísimos cultos en su honor, con la iglesia siempre rebosante de fieles. Pocos días después de su restauración, el mismo Papa Pío IX viene a venerar la imagen que él mismo había otorgado a los redentoristas. Y cuentan que al contemplarla, exclamó emocionado: “Pero, ¡qué hermosa es, qué hermosa es!”. El 23 de junio de 1867, a petición de los redentoristas y de sus numerosísimos devotos, la Virgen del Perpetuo Socorro es coronada canónicamente. La razón era sencilla: porque reunía las condiciones para tal honor: el culto antiguo, de más de tres siglos, y su fama de ser milagrosa.
Y, volvemos a la pregunta del principio, ¿qué nos dice la historia del icono en nuestro caminar cuaresmal en nuestra ‘Statio’ sabatina? Su ‘robo’ inicial (¡la gracia al encuentro del pecador!), los avatares que se sucedieron, las hostilidades históricas, la necesidad de restauración… y por fin, su coronación… Todo eso nos puede hablar de una historia, una vida, como una peregrinación, la travesía de un desierto, una vida penitente de conversión de nuestras miserias y ofensas, la orientación a una Pascua en la que se nos comunicará la Vida eterna. Todo ello con la fuerza de la compañía de María, en quien como en nadie más, la humanidad ha encontrado el don de la plenitud de la vida nueva.