La vida misma, poco a poco, nos devuelve a la conciencia y experiencia de nuestra condición frágil y limitada, sin ir más lejos, por la misma condición físico-biológica de la naturaleza. Es una ocasión gracia para abrirnos a la necesidad de la gracia y redención que nos llegan solo de Dios. En último término, solo de Dios. Pero por designio de su providencia, ha querido la mediación de la Virgen, tipo (modelo y figura si se prefiere ) de la Iglesia. Ahí podemos proseguir dando un paso más en nuestras ‘statio’ sabatinas a la luz del icono de la Madre de Dios de la Pasión.
Nuestro icono es un exponente representativo de la Theotókos (θεοτόκος), de la Madre de Dios, con su Hijo, algo crecido ya, en brazos. Según la misión reservada a la Virgen en la salvación de la humanidad entera, se suelen distinguir tres grandes dimensiones en los iconos de expresión mariana:
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La Virgen que enseña el Camino: ‘Hodigitria’.
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La Virgen de la Ternura: ‘Eleusa’.
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La Virgen de la Pasión: ‘Strastnaia’.
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Debería sobrar decir que aquí predomina el tercer rasgo, según vamos a ir viendo y glosando. Sin embargo, no cabe perder de vista que también brilla aquí cómo María nos muestra el camino hacia Dios. Su mano derecha señala a Jesús a quien hemos de seguir: ¡el Camino! Y, a la vez, es Madre de Ternura, porque su rostro y sus ojos, aunque marcados por cierta gravedad, más que tristeza, derraman bondad y ternura maternales.
No en vano destacan María y el Niño Jesús. El centro de gravedad de la imagen la ocupa un juego de manos entre la Madre de Dios y el Salvador del que nos ocuparemos más adelante. Una clave interpretativa es dada por la postura del niño. En ella se está revelando la humanidad de Jesús, que se acoge al socorro de María, su Madre. En esa perspectiva nuestra Madre destaca como la que cuida al que sufre, protege al indefenso, sostiene y fortalece al que va a la cruz. Todo el icono es como un anticipo de la escena de Getsemaní -hora del combate final-, en la cual el ángel del consuelo y la fuerza es la Virgen. Ella aparece como un lugar de acogida, de socorro. No se trata de una angustia descontrolada, sino de un auxilio propicio. A esta gracia devuelve la finísima delicadeza del gesto de las manos de Jesús y María.
Pero antes de adentrarnos en ello y retomando una observación de conjunto, hemos de apreciar como una notas hermenéuticas que enmarcan una correcta lectura. Para expresar su carácter sacro -su dimensión espiritual-, el icono lleva inscrito el nombre del misterio al que quiere llevar, sobre lo que busca catequizar.
En las esquinas superiores vemos sucesivamente:
- primero las letras ΜΡ ΘΥ , abreviación del apelativo tradicional Μήτηρ Θεοῦ, esto es “Madre de Dios”
- las abreviaturas Ὁ ἈΡ Μ y Ὁ ἈΡ Γ, para presentar a los arcángeles Miguel (a la izquierda del espectador) y Gabriel (a la derecha del que contempla el icono). Sobrecoge ver que, frente a la expresividad descubierta de las manos de Jesús y María, las de los ángeles están veladas sosteniendo los instrumentos de la Pasión de la escena del Calvario. Si hacemos memoria, en la solemne liturgia episcopal, los acólitos también sirven al obispo sus insignias con las manos veladas, y el mismo obispo, o el sacerdote, al bendecir con el Santísimo Sacramento, lo hace -en principio- sin coger directamente el ostensorio, sino usando un paño humeral, simbolizando con el gesto la santidad de lo que se toca.
- según miramos al Niño Jesús, a la derecha, distinguimos las iniciales ἰς χς, correspondientes al nombre Ἰησοῦς Χριστός, esto es, Jesucristo; Jesús, el Cristo (los símbolos superiores responden en todos los casos a indicaciones de abreviaturas con su acentuación).
Esta aproximación baste para acompañar en la toma de conciencia de la inmensa compasión de Dios que se entregó en Jesús por entero para nuestra salvación. El camino de conversión cuaresmal será tanto más provechoso cuanto más nos volvamos a este infinito don contando con la intercesión de nuestra Madre del cielo.