Sabri y Berna, laicos carmelitas de Vila-real, desde la Comisión de Laicado de la Región Ibérica, nos brindan está reflexión sobre la maternidad de María, y, como recordaba el Bto. Tito Brandsma, una invitación a ser otras “madres de Dios” que gestan la vida divina en el mundo.
Encordados a María: mujer.
Uno de los momentos claves en la vida de cualquier persona es aquel en el que uno es capaz de descubrir aquello para lo que es llamado. Ocurre cuando uno descubre con claridad su vocación central, y, por fin, tiene la sensación de que todas las cosas empieza a estar en su sitio. Ya no se elige en función del estado de ánimo o del que dirán si hago esto de una forma o de otra. A partir de se momento, todo queda impregnado por esa misión a la que uno se siente llamado; por aquello que es don, y que Dios ha puesto en lo más profundo de nosotros; que es entraña; arraigado a lo que somos, a lo íntimo, a la verdadera vocación.
María también recibió un encargo personal que le cambió su vida: la maternidad. De repente, la propuesta que Dios tenía para Ella puso su vida patas arriba. Pero con su “Sí” encontró sentido e identidad. Tras la aceptación se abrieron un sinfín de posibilidades. Y de repente cobró aquello tal sentido que todo lo demás no tuvo más remedio que girar en torno a esa misión central. El Señor eligió lo más propio y genuino de la mujer: su capacidad de gestar y ser portadora de vida para hacerse presente entre nosotros.
Y Jesús, el Hijo de Dios, quedó para siempre unido a la mujer que lo llevó en las entrañas. Y Ella quedó marcada para siempre por esa experiencia.
La maternidad se imprime, y Dios elige el vientre de María para encarnarse, para hacerse uno de nosotros. Marca un antes y un después en la vida de la mujer, me atrevo a decir en la vida de la pareja. Porque la gestación es lugar privilegiado de encuentro con un Dios que acompaña, que es novedad, que ama sin límites, sin condiciones. Es una experiencia liberadora. Y María no sólo es un ejemplo de cómo vivir la maternidad como misión de nuestra vida, sino como una vocación centrada en Jesucristo.
Pero es imposible la historia de María sin hablar de José… El Evangelio nos dice de él que era un hombre justo y bueno. Acompañó el embarazo de María aceptando aquello que Dios tenía pensado para él. ¿Y quién nos dice que, cuando nos hablaba del Padre, no lo hacía desde su experiencia vivida en el seno de la familia?
María para los carmelitas es el corazón de la casa. Y no sólo de nuestras casas físicas, en las que siempre la situamos en un lugar privilegiado. Es centro de nuestra espiritualidad y, desde ahí, descubrimos que también debemos situarla en el eje central de nuestra vocación. Seamos madres o no, descubramos nuestra vocación más maternal, démonos la posibilidad de experimentarla, y pongámosla al servicio de la comunidad, porque estaremos impregnando lo humano, lo cotidiano, de un Dios que eligió a una mujer para hacerse uno de nosotros.
Y estaremos contándole al mundo quiénes somos los carmelitas.
María no perdió jamás lo más genuino de ser mujer y llenó toda su historia y la de Jesús de amor al detalle, de cuidado, de atención, de cercanía, de paciencia.
Ojalá seamos capaces de impregnar nuestro día a día con su sensibilidad.
A nosotros nos fascinó el Carmelo. Vamos encordados a María: mujer.