El Noviciado internacional de Salamanca, con la vigilia a pie de calle, empezó a prepararse para el gran día de la Solemnidad de la Virgen del Carmen, el 16 de julio de 2020.
“El monte Carmelo, cuya hermosura ensalza la Biblia, ha sido siempre un monte sagrado. El profeta Elías lo convirtió en refugio de la fidelidad al Dios único y lugar de encuentro con el Señor. En tiempo de las Cruzadas, ermitaños cristianos, inspirados por la vida y espíritu del profeta, se acogieron en las grutas de aquel monte, reuniéndose en torno a una iglesia que dedicaron a la Virgen María, tomándola como patrona de su grupo. Llegados de Oriente a Europa en el siglo XIII, extendieron la devoción a la Virgen María bajo la advocación del Carmen, advocación enriquecida con el don del Escapulario, que es para los que lo visten signo de protección, estímulo de imitación y promesa de salvación. Hoy le pedimos al Señor que nos haga llegar, por intercesión de la Virgen María, hasta Cristo, Monte de salvación”.
De las Instrucciones místicas del padre Miguel de San Agustín.
(Lib. I, tr. I, cap. 18; ed. Antuerpiae, 1671, pp. 31‑32).
Por María a Jesús.
No puedo menos de recomendar a todos encarecidamente una entrañable devoción, un amor filial y un tierno afecto a María, la madre amable, como medio de singular eficacia para vivir como buen cristiano; y ello, porque saludándola, como la saludamos con los títulos de madre de la gracia y madre de la misericordia –gracia y misericordia que son de todo punto indispensables para llevar una vida piadosa– ¿a quién podríamos recurrir con más derecho en busca de la gracia y la misericordia que a la madre de la gracia, que a la madre de la misericordia? Así, pues, me atrevo a hacer mías las palabras del Apóstol: Por eso, comparezcamos confiados al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.
Ahora bien, para poder acercarnos confiadamente a la que es trono y madre de la misericordia, debemos primero granjearnos su amor. Por eso, todos cuantos se glorían de llamarse esclavos, hijos o hermanos de María, han de esmerarse en armonizar su vida con las exigencias de tal título, procurando parecerse a patrona tan santa, a madre tan amable y a hermana tan compasiva en alguno de sus rasgos espirituales mediante la imitación de sus perfecciones y la asimilación de sus buenas cualidades. Tú –no importa quién–, que amas a María como a madre, imita su humildad, castidad, pobreza y obediencia; copia de tan soberano modelo el amor de Dios y del prójimo, así como las demás virtudes.
Si quieres tributar a nuestra Señora obligado y puntual homenaje y manifestarle tu amor, sigue este consejo: después de haber ofrecido a diario tu persona, todas tus cosas y el mundo entero a la Santísima Trinidad por las intenciones de Cristo y en unión de sus méritos, acostúmbrate luego a ofrendar especialmente a esa tu Madre tan amable cuanto eres y cuanto tienes, y al igual que todo lo haces por la palabra del Señor, hazlo también por la palabra de María y en su nombre.
Pon tu persona entera en manos de María. Acércate a ella como a la maestra más sabia, como a la virgen más prudente. En una palabra, pórtate con ella como corresponde a un hijo que se precie, y comprobarás por experiencia que ella es la madre del amor puro y de la esperanza santa, que te colmará de toda gracia de camino y de verdad y te alumbrará con toda esperanza de vida y de virtud. La Virgen nunca se cansará de alcanzarte las gracias necesarias para que perseveres en la auténtica piedad. Más aún, ella te servirá de fuente de aguas vivas. Ni tendrá a menos, en el trance de la muerte, decir que es tu hermana, o mejor, tu madre, para que te vaya bien y vivas en gracia a ella. De este modo, llevando una vida de devoción y servicio a nuestra Señora, merecerás también expirar en su amor con una muerte confiada, serena y piadosa, para ser llevado venturosamente en sus brazos maternales al puerto de la salvación; que al devoto de María le irá bien en la hora suprema.
Responsorio.
Cf. Sal 33, 12; Is 2, 3b; Eclo 24, 30. 24-25a
R/. Venid, hijos, escuchadme; venid, subamos al monte del Señor. * El que me escucha no fracasará.
V/. Yo soy la madre del amor puro y de la esperanza santa. En mí se halla todo don de vía y de verdad. * El que me escucha…