Ya nos hemos ido adentrando en otras entradas en un acercamiento a diferentes iconos. Y es que el icono es una forma de arte religioso especialmente adecuada para representar la espiritualidad carmelita, que originalmente se inspira y bebe tanto de las fuentes cristianas de Oriente como de Occidente.
La imagen —traducción exacta del griego εἰκών, eikon, esto es icono— que nos ocupa aquí es el de San Alberto de Jerusalén, el “legislador” del Carmelo. Puede ayudarnos para recordar y meditar, en la ocasión de su fiesta litúrgica, la Forma de Vida («formula vitae») que propuso para los carmelitas, y así también reavivar el sentido y celo por la vida religiosa como compromiso eclesial de construcción del Reino de Dios, en nuestro caso concreto, mediante el testimonio de vida recogido en el texto que ahora conocemos como la Regla Carmelita de San Alberto.
El icono representa a San Alberto, el patriarca latino —esto es un obispo católico romano— de Jerusalén, aprobando la forma de vida carmelita y dando lo que llegará a ser la Regla al «Hermano B». La inicial del nombre se ha asociado tradicionalmente con san Brocardo, pero caben otros: Bertoldo… De alguna manera, en el misterio del hermano B. se puede identificar como incluido cada uno de los frailes carmelitas, todos aquellos que de alguna manera se reconocen en la espiritualidad carmelita.
A la izquierda de las figuras centrales está Elías, una de las principales figuras fundacionales de la tradición carmelita. El mismo nombre de Elías — אֱלִיָּהוּ, Ēliyahū— es ya toda una confesión de fe: «Yahveh es mi Dios». El profeta aparece en una cueva junto a un río, posiblemente el Wadi Karith, un sitio cuyo significado espiritual se puede ahondar en la obra maestra medieval Los Diez Libros sobre la Forma de Vida y Grandes Obras de los Carmelitas (Institutio primorum monachorum), del carmelita español Felipe Ribot O.Carm (†1391).
El altar del sacrificio de Elías en el monte Carmelo (véase 1Re 18, 17-39) aparece con el fuego consumidor que probó la verdad y realidad del Dios de Israel y de la pureza de la fe yahvista frente al sincretismo que introdujo la alianza política con la reina fenicia Jezabel: mezcla de divinidades extranjeras, y mantenimiento de divinidades locales cananeas, con quienes los israelitas no debían haber pactado, conforme a la ley de la entrada en la Tierra Prometida, propia de los partidarios de «sólo Yahvé» (Cf. Ex 23,20-24; Dt 7,1-6). El fuego inspira y evoca el primigenio lema carmelita: «Zelo, zelatus sum, pro Domino», ardo en celo por mi Dios (Cf. Vg 1Re 19,14).
Sobre el altar hay un pozo o manantial, conocido como la «Fuente de Elías», que aún hoy mana en el Carmelo, y junto al que, según la Regla de san Alberto, se dice que vivieron los primeros ermitaños carmelitas (Cf. Regla, 1). La Cueva de Elías es un lugar de purificación. Del pozo fluye una corriente que se bifurca en dos, lo cual nos recuerda que, si bien el Carmelo se ha ramificado en diferentes tradiciones (como la Reforma del Carmelo Descalzo), todos procedemos del mismo hontanar.
En efecto, la iconógrafa –la hermana Petra Clare— argumenta haberse inspirado en las corrientes y la montaña del dibujo del Carmelo que hiciera San Juan de la Cruz para ilustrar y explicar su doctrina sobre la Subida al Monte Carmelo.
En la parte superior del icono, en el lugar de más alto honor, está la Μήτερ (abreviado como MP) Θεοῦ (abreviado Θυ), Méter Theou, la Madre de Dios. María, la Θεοτόκος, Theotókos (la que da a luz a Dios), la Madre de Dios, presentando a su Hijo al mundo. El cielo es dorado para represen-tar la presencia de Dios, y el Monte Carmelo como un lugar –o mejor como una forma de vida—, que puede llevar al peregrino más cerca del cielo.
Ya tenemos el núcleo del lema carmelita en palabras actualizadas a la manera tan querida de nuestro estimadísimo p. Rafael Mª López-Melús O.Carm.:
«Seguir a Jesucristo e imitar a María con el espíritu de Elías».
La montaña es el הכרמל הר [Har ha’Karm-El]—que significa la viña o el jardín de Dios— el Carmelo, un lugar fértil junto al mar, donde crecen cedros y olivos, ambos símbolos de paz, alimento y refugio.
La Regla de San Alberto decía que los ermitaños debían vivir en celdas separadas, y esto queda representado en el icono. La imagen de los ermitaños en cuevas, ocupados en diversos quehaceres, se deriva de los iconos bizantinos de La Muerte de San Efrén (o Efraín). En la celda superior, el ermitaño está cumpliendo el capítulo 8 de la Regla, «meditando día y noche la ley del Señor». La Ley del Señor es la Palabra de Dios —la Biblia, la persona de Jesús—, de donde se infiere la centralidad del texto que está leyendo: «In principio erat verbum» (En el principio era la Palabra), comienzo del Prólogo de san Juan. Bajo él, otro ermitaño contempla la Cruz, y con ella el hecho de que «la vida del hombre en este mundo es tiempo de prueba» (Regla, 18).
A su derecha, se distingue aún a otro ermitaño lavándose la capa. Hasta la década de 1280, cuando se adoptó la capa blanca (o manto) como símbolo principal de la Orden (de ahí el nombre dado a los carmelitas en países anglosajones: «Whitefriars», frailes blancos), los primeros ermitaños llevaban capas rayadas. En este icono, la mayoría de los ermitaños no llevan capucha (la tela alrededor de los hombros derivada de los cánones/canónigos). Ello nos recuerda que la mayoría de los primeros eremitas no eran clérigos ordenados, sino más bien laicos que se habían consagrado a «vivir en obsequio de Jesucristo» (Regla, 2).
San Alberto explicitó a los ermitaños que «Debéis hacer algún trabajo» (Regla, 20). Si bien la dimensión del servicio ya ha quedado representada por el ermitaño que lava la ropa, siguiendo la insistencia de la Regla, se subraya con la escena de otro que corta leña.
A la izquierda de éste último, dos hermanos se sientan a conversar, tal vez el más joven recibe el consejo o la instrucción de uno de los «mayores o más maduros» de los hermanos (Regla, 4 y 6). San Alberto prescribió a los ermitaños que «los domingos, o en otros días si fuera necesario, reuníos para tratar de la observancia en la vida común y del bien espiritual de las almas». Se trata de ofrecerse con caridad apoyo mutuo, corrección fraterna y beneficio espiritual. (Regla, 15).
Junto a estas figuras, un ermitaño lleva una canasta con abundante comida, tal vez pan, que es la recompensa de quien se dedica a «trabajar en sosegado silencio» (Regla, 20), se toma según se reparte en las «comidas en el refectorio común escuchando juntos el pan de la Palabra» (Regla, 7) y sirve en la celebración de la Eucaristía, que San Alberto recomendó diaria (Regla, 14).
En la esquina inferior derecha del icono, —como en la puerta de entrada a todo el icono—, un fraile en pie que bien podría ser el prior –una miniatura de Brocardo— está bajo el umbral de la puerta de la que sería la celda prioral. San Alberto indicó que debería estar «a la entrada del lugar» de residencia para que el prior «sea el primero en acoger a los que acuden de fuera» (Regla, 9).
Así, el prior cumple este oficio con un abrazo fraterno al hermano que llega de visita, o bien, es que su mismo servicio de la autoridad, le lleva a «poner en práctica el mandato del Evangelio» (Regla, 22), y por eso, no trata al visitante como a un cualquiera, «está dispuesto a hacer más». Ha sabido discernir en él, a un hermano, y hace con él según insta el mandato evangélico: «Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas» (Mt 7,12).
Tal y como proyectó san Alberto, estos frailes han construido el oratorio en medio de sus celdas el oratorio (Regla, 14). La construcción incorpora estilos tanto orientales como occidentales (una cúpula bizantina y arquitectura cruzada), recordándonos que el Monte Carmelo era un sitio para ermitaños de ambas tradiciones cristianas.
La virginidad del conjunto del paraje, la montaña, los ríos, la vegetación evoca no solo el propio Monte Carmelo, sino todos los «desiertos en que podréis fijar vuestros lugares de residencia» (Regla, 5). El desierto no es el lugar árido de calor y arena, puede ser un lugar frondoso y fresco. Tal y como acabo imponiendo el paso histórico de los primeros ermitaños a Europa, basta «aquel lugar que se ofrezca a los frailes y que sea adecuado y apto para la observancia de nuestro modo de vida religiosa» (Íbid.)
San Alberto está representado sentado sobre una sede (trono con cojín), recordándonos con el atuendo que reviste su autoridad patriarcal, su ministerio episcopal. Su mitra y casulla están decoradas con la cruz de Jerusalén (cruz mayor flanqueada por 4 cruces menores), lo cual nos recuerda el vínculo que el Carmelo tiene en su origen con la tierra en que Cristo vino a anunciar e instaurar el Reino de Dios, en cuya continuación los carmelitas están llamados y son enviados a trabajar proféticamente. San Alberto lleva sobre los hombros un pallium (palio, con cruces simples oscuras), símbolo del ministerio otorgado por el Papa, que nos recuerda el lugar de reconocimiento del Carmelo dentro de la más amplia Iglesia católica. El rostro de san Alberto se basa en representaciones de los patriarcas bizantinos. La mano de San Alberto se eleva en señal de bendición sobre Brocardo, evocando las palabras introductorias de la Regla, que se encuentran en el pergamino que se abre entre ambos (siendo el icono de factura inglesa, el detalle del texto ilustrado en inglés).
Este icono fue escrito por esta ermitaña benedictina, la Hna. Petra Clare. Se puede contemplar en el santuario de Saint Jude, Apostle (Faversham, Inglaterra) desde el 25 de octubre de 2007.
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