La celebración de los mártires del siglo XX en España es propia de la Iglesia española. Su celebración entre los carmelitas resulta a nivel de jerarquización litúrgica un poco “laberíntica” porque el mártir que se presenta a la cabeza de este grupo de más de mil (sí, sí ¡1000!) es Pedro Poveda, fundador de la Institución Teresiana (aunque dicha Institución conmemora a su fundador el 28 de julio), y no encontramos al Beato Marco… Pero, además, para los carmelitas, el día de hoy coincide con la memoria de nuestro querido Nuño de Santa María, recientemente canonizado, que para colmo, en la actual edición impresa del santoral carmelita, consta en su antigua fecha de celebración en el mes de abril, todo un galimatías.
Con todo, queremos entresacar aquí, la figura del beato Alberto Marco y de momento solo dejar apuntada la de sus 8 compañeros, jóvenes estudiantes carmelitas.
El Beato Alberto Marco Alemán (Francisco) O.Carm., nace en Caudete (Albacete), el 23 de mayo de 1894 y fue martirizado a causa de la fe en Paracuellos del Jarama (Madrid), el 18 de noviembre de 1936.
Su familia era muy conocida en el pueblo por su piedad y prácticas de la fe cristiana. En 1905 ingresó en el seminario de carmelitas de Olot (Gerona), donde cursó lo que entonces se llamaba Humanidades. En el Carmen de Onda (Castellón) hizo el noviciado y allí profesó el 5 de agosto de 1910; en Caudete (Albacete) estudió Filosofía y Teología. Se ordenó sacerdote el 29 de junio de 1917. Estuvo destinado en distintos conventos del Levante español y en el santuario de El Henar (Segovia), siempre cumpliendo con dedicación y entrega las tareas que le encomendaba la obediencia.
Desempeñaba el cargo de prior de la casa madrileña de la calle de Ayala, cuando estalló la Guerra Civil. Hacía compatible el cargo con el de secretario y asistente provincial. Las circunstancias de su muerte son bien conocidas.
El día 20 de julio de 1936 se refugió en un domicilio particular de la calle Velázquez. El 31 de agosto después de ser delatado, los milicianos lo condujeron a la checa de Fomento y el 2 de septiembre lo llevaron a la Dirección General de Seguridad. Al día siguiente, 3 de septiembre, fue conducido a la Cárcel Modelo, calle General Porlier, n.º 54, donde recibía cada viernes la visita de sus familiares, incluida su propia madre.
Durante la estancia en la cárcel fue un gran consuelo para sus compañeros, quienes encontraron en el mismo al amigo y al sacerdote. Sobre las últimas horas vividas en Porlier ha dejado una crónica el militar Jesús Sánchez Posada; publicada por el padre Besalduch en Nuestros mártires (1940). Según narra Sánchez Posada, el padre Alberto tenía la convicción de que lo iban a asesinar, pero siempre mantuvo el ánimo sereno, las palabras de aliento y la disposición para impartir la absolución en el sacramento de la penitencia a cuantos se la pedían.
Señalan los testigos que estaba persuadido de que lo matarían por odio a Dios y a su Iglesia:
“Si es que ha llegado mi hora,
tengo que morir con el hábito de fraile.
Si muero, mucho ánimo.
Lo que no quiero es que lloréis
porque, al fin de cuentas,
si soy mártir iré al cielo.
¡Qué más quisiera yo que morir mártir!”
En una de las tristemente famosas sacas, el 18 de noviembre de 1936, fue conducido a Paracuellos del Jarama y allí fue fusilado. Quedó sepultado en el inmenso cementerio de la colina.