Este santo primitivo, anterior al propio San Alberto, tuvo más suerte en cuanto a su biografía actualizada, obra del incansable investigador P. Saggi, quien la depuró de tantos falsos añadidos, y hasta tal punto fue crítico con el santo, que ocasionó incluso el que su conmemoración litúrgica fuese retirada del calendario carmelitano por algún tiempo. Unimos en esta entrada, algunas imágenes de dos tablas magníficas que se custodian en el Convento carmelita de S. Andrés de Salamanca. S. Ángel Sicilia, por ser uno de los santos primitivos del Carmelo, su popularidad va pareja con la de S. Alberto de Trápani (Sicilia); su iconografía es abundantísima y en tierras sicilianas se siguen celebrando en su honor grandes fiestas populares de muy rica tradición folklórica.
Según el P. Saggi, en su obra S. Angelo di Sicilia. Studio sulla vita, devozione, folklore (Roma 1962), dadas las escasas noticias ciertas existentes sobre el santo, el verdadero título del libro debiera haber sido según él: “S. Ángel de Sicilia, mártir carmelita en Licata” -lo que no es poco-. Lo que es cierto es que es otro de los santos íntimamente unido a las más remotas tradiciones carmelitanas. Sin ningún género de duda se le hace palestino puro, monje emigrado de Tierra Santa testigo de los tristes acontecimientos de la invasión musulmana. Su presunta vinculación a la tradición hebrea le hace ser hijo de un tal Jesé; también su madre se llamaba María. Habría ingresado de carmelita en el supuesto convento de Santa Ana, junto a la Puerta Dorada de la Ciudad Santa, de dónde era natural.
En su vida se repitieron los prodigios de su Santos Padres Elías y Eliseo; Cristo el Señor se le apareció para anunciarle las terribles desgracias que se avecinaban y avisarle de que huyera hacia Italia, siendo portador de ciertas reliquias entregadas en Alejandría y que habría de llevar a Roma. En la Ciudad Eterna, junto a la entrada de San Juan de Letrán, se encuentra con Francisco de Asís y Domingo de Guzmán, los santos fundadores de órdenes mendicantes. Ángel le predice al Poverello sus llagas, mientras que el de Asís le anuncia su próximo martirio. Por su intercesión se habría obtenido la confirmación de la Regla en 1226 por Honorio III. Y tal como le predijo Francisco, el 5 de mayo de un año incierto, hacia la mitad del siglo XIII, es herido mortalmente en Licata ciudad cercana a Agrigento en Sicilia; una persona importante de aquel tiempo no resistió a las denuncias que el carmelita le hiciera públicamente por su falta de ética y le asestó un golpe mortal sobre su cabeza con un alfanje provocándole la muerte. Éste murió perdonándole. Así se le representa. En el lugar mismo del martirio brotará una fuente, la cual aún hoy existe anexionada el grandioso templo que se le erigió para su perpetua memoria. El autor de esta legendaria biografía es un tal Enoc, que se dice ser carmelita y hebreo, y que mezcla datos verdaderamente ciertos, recogidos de otras fuentes, con elementos de una mítica tradición que sería incorporada a la leyenda área del Carmelo.
¿Quién fue, en realidad, San Ángel? Es la pregunta que el P. Saggi se hace al final de su obra y a la que contesta en breves páginas con los datos ciertos que de la legendaria biografía de Enoc pudo entresacar. Que siempre se le llamó San Angelo de Sicilia es cierto, y que vino de Palestina al frente de un grupo de carmelitas en la primera mitad del siglo XIII a causa de las persecuciones musulmanas, también es lo más probable; al menos no hay razones firmes para negarlo cuando las primitivas redacciones biográficas coinciden en dar estos datos como seguros. Y que uno de sus principales apostolados fue el de la predicación comprometida evangélicamente, a causa de la cual derramó su sangre, tampoco ofrece la menor duda. Venerado por los carmelitas como santo ya en el siglo XIV, el culto de San Ángel fue difundido no solamente en el ámbito de la Orden, sino también entre los fieles. Sus reliquias, depositadas en un templo no carmelita, fueron solicitadas al papa Calixto III, quién benignamente las concedió en 1457.
El mensaje que sus primeros hagiógrafos pretenden hacerle transmitir a San Ángel también es evidente: su vinculación como carmelita con Tierra Santa y sus tradiciones, su adaptación a las nuevas tierras y a la nueva cultura de Occidente (el encuentro con los santos fundadores mendicantes, la aprobación de la Regla…), y el apostolado de la Palabra como exigencia de la vida contemplativa, entregando su vida por el Evangelio. Un bolandista, el P. Hipólito Delahaye, rígido depurador de todas las leyendas hagiográficas, escribe respecto a las mismas, que éstas encierran una verdad que va más allá de la pura fantasía: el hacernos amable y factible el espíritu evangélico, el saber perdonar las injurias, la misericordia, la mortificación…, verdades que están más allá de la propia historia. El P. Saggi, al terminar su estudio sobre el santo, también nos dice que en el fondo no importa demasiado lo poco que se sepa de su vida mortal. “De hecho un santo comienza a vivir -según la expresión litúrgica- el día mismo en el que muere. Y si esto es válido para la vida bienaventurada en el cielo, también vale respecto a las huellas que el santo ha dejado sobre la tierra. Huellas que también constituyen una vida que todo investigador habrá de tener en cuenta. Una vida que se manifiesta incluso externamente a través de expresiones artísticas, con frecuencia más afortunadas que los mismos trabajos de los hagiógrafos.