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Rincón carmelita

12 junio, 2023 / Carmelitas
Beato Hilario (Paweł) Januszewski. Se ofreció en lugar de un religioso anciano y enfermo.

El Carmelo está hoy de fiesta. El beato Hilario Januszewski O.Carm. fue beatificado el 13 de junio de 1999, junto con Alfonso María Mazurek O.C.D. y más de un centenar de otros compañeros de martirio, por el papa Juan Pablo II.

Hilario nació el 11 de junio de 1907 en Krajenki (Polonia) en el seno de una familia muy pobre. En el bautismo recibió el nombre de Paweł (Pablo). En 1915, se mudó con sus padres a Greblin. Estudió en Suchary. Sin embargo, se vio obligado a dejar este estudio por motivos económicos y continuó su educación con la ayuda de su hermana, que era maestra, y pudo acabar así su tercer año de estudios. Tras esos años de estudios, los monjes micaelitas se hicieron cargo de él y, gracias a ellos pudo completar todos sus estudios secundarios. Después de ese ciclo, aún sin un diploma de escuela secundaria, se mudó a Cracovia. Allí continuó su educación con diferentes ayudas y, a pesar de sus escasos recursos económicos, que le causaron considerables dificultades, logró su diploma de escuela secundaria.

Muy joven todavía, en 1927, a los 20 años, ingresó en el Carmelo. Al finalizar su formación religiosa inicial en Cracovia, fue enviado al Colegio Internacional San Alberto, en Roma. Tras ser ordenado sacerdote el 15 de julio de 1934, regresó a su Polonia natal en 1935. Allí fue elegido superior del convento de Cracovia. El 18 de septiembre de 1940, del convento de Cracovia, fueron deportados por la Gestapo cuatro religiosos.

En el mes de diciembre del mismo año (1940), al producirse un nuevo arresto de nuevo algunos religiosos, el P. Hilario decidió ofrecerse a cambio por uno de los religiosos, más anciano y enfermo. Desde aquel día comenzó su calvario. Fue enviado a la prisión de Montelupi (Cracovia) y después al campo de concentración de Dachau.

Allí fue ejemplo de vida de oración, animando a los otros y sembrando la confianza en un mañana mejor. Al llegar el tifus a las barracas un grupo de sacerdotes se presentaron a las autoridades del campo para que les dejaran atenderlos. Contagiado por el tifus mientras prestaba asistencia a los enfermos, murió el 25 de marzo de 1945. Sobresalió por su fe y por su caridad.

El ex-general de la Orden, el p. Fernando Millán Romeral, descubrió hace algunos años, en el museo del Monasterio de las Carmelitas de Dachau, una placa conmemorativa que aúna el testimonio de los mártires carmelitas en aquel lugar, precisamente ilustrado con las efigies de San Tito Brandsma y del B. Hilario Januszewski.

A falta todavía de la actualización del propio de la liturgia de las horas para la Orden, ofrecemos, seguidamente, un extracto del proceso canónico del beato Hilario que bien podría servir como segunda lectura del oficio de lecturas:

Paweł Januszewski nació en Krajenci, Polonia, el 11 de junio de 1907. A los veinte años, se sintió llamado al Carmelo, por lo que entró en el convento de Cracovia y tomó el nombre religioso de Hilario. Fue enviado a Roma, al Colegio San Alberto, para hacer los estudios teológicos. Allí emitió los votos solemnes y fue ordenado sacerdote en 1934. Al año siguiente, tras haber conseguido el grado de Lector en Teología y obtenido el premio asignado a los estudiantes más preparados de la Academia Romana de santo Tomás, regresó a su patria y, en el convento de Cracovia, fue nombrado prefecto de clérigos y sacristán. Poco antes de estallar la II Guerra Mundial, en 1939, fue nombrado prior del convento de Cracovia.

El P. Hilario era exigente e inflexible consigo mismo, pero paciente y comprensivo con los demás. Siempre demostró predilección hacia los enfermos y necesitados. Era muy cono­cido por su piedad, que manifestaba en su celo apostólico, en la celebración de la santa misa, en la oración de la Liturgia de las Horas, en las demás prácticas religiosas y en su ferviente amor a la Orden y a su convento. En su iglesia de Cracovia pasaba largos ratos en devota oración ante la imagen milagrosa de María Santísima del Carmen. Daba conferencias frecuentes y bien preparadas a los clérigos, y en el oficio de ecónomo proveía lo necesario para todos, sin discriminación: a los clérigos, a los hermanos y a los padres.

El 4 de diciembre de 1940, cuando la Gestapo arrestó a al­gunos religiosos, él, expresándose en alemán, lengua que conocía muy bien, hizo todo lo posible por liberarlos y se ofreció en lugar de un religioso anciano y enfermo. Así comenzó su calvario, que terminó en el campo de concentración de Dachau.

Aquí fue empleado en el duro trabajo del campo, pero siguió siendo siempre el sacerdote y religioso que era: hombre de oración, que daba buen ejemplo a los demás y los exhortaba a esperar en un futuro mejor. Los animaba, los servía y los ayudaba; y, cuando recibía algún regalo de sus hermanos carmelitas de Cracovia, lo compartía con mucha sencillez. Consolaba a sus hermanos de religión con la esperanza de la vuelta a la patria y los animaba diciendo: «Tenéis que volver a Cracovia para trabajar en la viña del Señor». Por la noche, los prisioneros carmelitas, después del último llamamiento, se reunían a escondidas para rezar en común. En estos encuentros participaban también carmelitas de otras naciones; en ellos también tomó parte el beato Tito Brandsma, holandés.

Cuando la guerra iba a terminar y ya parecía cercana la liberación, estalló en el campo una epidemia de tifus. Ningún vigilante quiso socorrer a los contagiados. Entonces las autoridades se dirigieron a los sacerdotes, y treinta y dos de ellos se ofrecieron espontáneamente para cuidar a los enfermos, aun sabiendo que caminaban hacia una muerte segura. Entre éstos estaba el P. Hilario.

El arzobispo jesuita Kozlowski, que sobrevivió, dio este no­ble testimonio: «Su decisión era puro heroísmo, dictada por verdadero amor al prójimo. Lo que experimentamos durante aquellos cinco años podía anular todos los ideales superiores. La lucha despiadada por la existencia podía cultivar en mu­chos el egoísmo y la indiferencia hacia los demás. Pero aquellos héroes son un testimonio claro de que el mandamiento del amor al prójimo, promulgado dos mil años antes por Cristo, no es pura utopía, sino una realidad auténtica, que vence incluso donde reina el odio más ciego».

El P. Hilario había dicho a un compañero: «Yo tomo la de­cisión, aun siendo plenamente consciente del ofrecimiento de mi vida». Pudo servir durante veinte días a los contagiados, de los que morían un centenar al día. Y él mismo murió en la fiesta de la Anunciación de 1945, pocos días antes de que el campo de exterminio fuera liberado. El P. Hilario Paweł Januszewski fue llamado a la gloria de Cristo, y así se puso fin a su joven vida, llena de esperanza.

Oración

Padre todopoderoso,
que concediste al mártir beato Hilario Januszewski pelear el combate de la fe
hasta derramar su sangre;
te rogamos que su intercesión nos ayude a soportar por tu amor
la adversidad, y a caminar con valentía hacia ti, fuente de toda vida.
Por nuestro Señor Jesucristo.

 

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