La Palabra para el domingo 8º (C):
Si (Eclo) 27,4-7: No elogies a nadie antes de oírlo hablar.
Sal 91,2-3.13-14.15-16: Es bueno darte gracias, Señor. [R/.: cf. 2a])
1Co 15,54-58: Nos da la victoria por medio de Jesucristo.
Lc 6,39-45: De lo que rebosa el corazón habla la boca.
Ambientación: Tras las bienaventuranzas y los “ayes” (hace un par de semanas), y después del sosegado terremoto del domingo pasado («Amad a vuestros enemigos», cf. Lc 6, 27), llegamos hoy a la última parte del “sermón de la llanura”. Se nos ofrece una excelente síntesis sobre la actitud cabal que cabe esperar del seguidor de Jesús ante enemigos y hermanos.
Sí, tendemos a recordar el acento extremo, el amor a los enemigos, y –agárrense, que vienen curvas– con qué elegancia (por no decir desvergüenza) nos excusamos, objetando que es un ideal, y por tanto, inalcanzable.
Regresen a sus asientos y abróchense los cinturones, se acercan turbulencias: ¡con qué facilidad obviamos y negligimos el amor a los otros miembros de la Iglesia, y peor, trivializamos o burlamos la obligación de no juzgar ni condenar a quienes piensan o actúan de forma distinta!
Oración inicial
Señor, con la meridiana luz de tu sabiduría
disipa las tinieblas nocturnas de nuestra mente,
para que, iluminada, te sirva
en la renovación de nuestra vida purificada.
La salida del sol señala el comienzo
de las obras de los mortales;
prepara tú en nuestros corazones una mansión
para aquel día que no tiene ocaso.
Concédenos que en nuestras mismas personas
lleguemos a ver la vida resucitada
y que nada aparte nuestras mentes de tus delicias.
Imprime en nuestros corazones,
por nuestra asidua búsqueda de ti,
el sello de ese día sin fin
que no comienza con el movimiento y el curso del sol.
A diario te abrazamos en tus sacramentos
y te recibimos en nuestro cuerpo. […]
Que tu resurrección, oh Jesús,
preste su grandeza a nuestro hombre espiritual;
que la contemplación de tus misterios
nos sirva de espejo para conocerla. […]
(Cf. San Efrén de Nísibe, Sermón 3, De fine et admonitione, 2, 4-5)
LECTIO – ¿Qué dice el texto? – Lucas 6,39-45
Motivación: esta última parte del “sermón de la llanura” puede desconcertar por la variedad de personajes que aparecen, así como por sus actividades: dos ciegos, un discípulo y su maestro, dos miembros de la comunidad, un hombre bueno y otro malo; uno inteligente, que construye su casa sobre roca, otro insensato, que la edifica sobre arena.
Son también muy diversas las imágenes: un hoyo, la mota y la viga en el ojo, el árbol sano y el árbol podrido; higos y zarzas, uvas y espinos.
Sin menoscabar en absoluto la verdad profunda del texto, podemos pensar que se trata de dichos que Jesús pronunciaría en diversos momentos o circunstancias, y que Lucas recogió juntas para relacionarlas bajo un tema mayor, que leímos el domingo pasado: “no juzguéis, no condenéis” (cf. Lc 6,37). Algo debió captar en la tendencia conductual entre los hermanos de comunidades para decidirse a meter el dedo en la llaga.
Propuestas para enmarcar la lectura:
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- El Evangelio de Lucas brilla, entre otros, por saber acercarse con pedagogía a las debilidades de los creyentes. Hoy diríamos que tiene mucha mano izquierda o que goza de fina psicología.
- ¿Una muestra de ello? La disciplina de Jesús es exigente; en lugar de enunciarla en positivo y en directo (haría desistir al más aguerrido asceta), empieza con una parábola y advierte de cuatro peligros-errores que el discípulo de Jesús debe evitar. (Notemos: disciplina = aquello que está llamado a aprender el discípulo; en latín disco, discere = aprender)
Del Evangelio de san Lucas (Lc 6,39-45)
39 Les dijo también una parábola:
— ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
40 No está el discípulo por encima del maestro; todo aquel que esté bien instruido podrá ser como su maestro.
41 ¿Por qué te fijas en la mota del ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? 42 ¿Cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que saque la mota que hay en tu ojo», no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita: saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás con claridad cómo sacar la mota del ojo de tu hermano.
43 Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni tampoco árbol malo que dé buen fruto. 44 Pues cada árbol se conoce por su fruto; no se recogen higos de los espinos, ni se vendimian uvas del zarzal. 45 El hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca lo bueno, y el malo de su mal saca lo malo: porque de la abundancia del corazón habla su boca.
MEDITATIO (RUMINATIO) – Leemos y releemos (degustamos, saboreamos) el pasaje, dulce en la boca, tal vez amargo, o muy amargo, en las entrañas. Se nos brinda la oportunidad de recibir ya discernidas las trampas en que caemos a menudo en lo cotidiano. ¿Qué me dice el texto, cómo sacude mis seguridades, certezas…, en qué?
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- Jesús se está dirigiendo a «vosotros que me escucháis» (cf. Lc 6,27). Ofrece varias enseñanzas con un común denominador: no hay que atender a las manifestaciones externas de piedad o virtud, sino a la disposición interior.
- Empieza subrayando la necesidad de purificación para poder ver con claridad a Dios y a los demás (vv. 39-42).
- Después nos habla de pureza de intención. De la misma manera que los frutos dan a conocer el árbol del que proceden, las obras descubren el corazón del que nacieron. Ahí, en el corazón, brota la determinación última del valor de nuestras acciones (vv. 43-45).
- ¿Cuáles son los cuatro peligros o errores que Lucas pone en labios de Jesús:
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- el de creer que uno tiene buena vista (v. 39)
- aquel otro de gustar de hablar ex cathedra o se creen muy listos (v. 40).
- o aún, el de considerarse en posición apta para escrutar y juzgar al prójimo (vv. 41-42).
- en fin, el que posiblemente sea más peligroso y nocivo: el de pensar que uno tiene buena vista, es catedrático, y “debe” corregir al hermano: se está haciendo daño a sí mismo. Las palabras que salen de su boca hacen emerger y ponen al descubierto la maldad de su corazón. [palabras finales, v. 45: “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. Del hombre bueno nunca saldrán críticas, juicios malévolos ni murmuraciones; solo saldrá perdón y generosidad. Quien critica, juzga, murmura, revela que tiene el corazón podrido.
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- Algunas afirmaciones –poco o nada “políticamente correctas”– pueden requerir mayor explicación. Puede verse el comentario de J.L. Sicre, El evangelio de Lucas. Una imagen distinta de Jesús (Verbo Divino, 2021), págs. 187-203.
ORATIO – Converso con el Señor a partir de su Palabra
Motivación: Casi podría decirse que el “sermón de la llanura” acaba con una “cuesta”, ¡menuda pendiente!
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- Alabo al Señor, por su magisterio… ¡Bendito seas Maestro, cuéntame en tu seguimiento!
- Pido al Señor que me quite las vigas de mis ojos ciegos…
- Imploro el don de la propia conversión para dejar de condenar y de criticar la brizna de paja en el ojo ajeno…
- Confío a la intercesión de todos los santos que nos ayuden a purgar de entre nosotros la hipocresía, tan apestosa y venenosa como enmascarada y abundante; lamentablemente, no solo entre los políticos, también entre los fieles, en los mismos religiosos y pastores… Si a alguien le escuece, ¡va por muy buen camino!: por ahí va la parábola de Jesús…: “¡Hipócrita! (ὑποκριτά)” (v. 42)
- Le adoro, porque Él es bueno y sufre con paciencia esa misma hipocresía nuestra…
- Me dejo empapar por el ejemplo de su paciencia…, le pido que con el arado de su cruz labre la tierra de mi vida para que traiga rico y abundante fruto en lugar de agrazones
- María guardó la Palabra del Señor en su corazón y dio el más bello y exuberante fruto que jamás un frutal haya dado, ni volverá dar tal: ¡bendito el fruto de tu vientre, Jesús! Le pido que me haga partícipe de su pureza, que me enseñe a acoger la Palabra divina, y que por la plenitud de su gracia, me ayude también a mí a dar el mismo fruto.
CONTEMPLATIO – ¿Cómo reacciono a la llamada de Jesús? ¿A qué me mueve el texto?
Motivación: ¿Cómo puede Jesús pedir no solo amar a los propios enemigos, sino ya tantísima finura en la prevención, algo que parece fuera de la frágil capacidad humana?
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- A propósito de la necesidad de purificación, valga este fragmento de santa Teresita del Niño Jesús:
Una noche, tuve una experiencia que me abrió mucho los ojos. María (Guérin, la prima de Teresita), que casi siempre estaba enferma, lloriqueaba con frecuencia, y entonces mi tía la mimaba y le prodigaba los nombres más tiernos, sin que por eso mi querida primita dejase de lloriquear y de quejarse de que le dolía la cabeza. Yo, que tenía también casi todos los días dolor de cabeza, y no me quejaba, quise una noche imitar a María y me puse a lloriquear echada en un sillón, en un rincón de la sala. Enseguida Juana y mi tía vinieron solícitas a mi lado, preguntándome qué tenía. Yo les contesté, como María: «Me duele la cabeza». Pero al parecer eso de quejarme no se me daba bien, pues no puede convencerlas de que fuese el dolor de cabeza lo que me hacía llorar. En lugar de mimarme, me hablaron como a una persona mayor y Juana me reprochó el que no tuviera confianza con mi tía, pues pensaba que lo que yo tenía era un problema de conciencia… En fin, salí sin más daño que el haber trabajado en balde y muy decidida a no volver a imitar nunca a los demás, y comprendí la fábula de «El asno y el perrito». Yo era como el asno, que, viendo las caricias que le hacían al perrito, fue a poner su pesada pata sobre la mesa para recibir también él su ración de besos. Pero, ¡ay!, si no recibí palos, como el pobre animal, recibí realmente el pago que me merecía, y la lección me curó para toda la vida del deseo de atraer sobre mí la atención de los demás. ¡El único intento que hice para ello me costó demasiado caro…! (cf. Ms. A 42 r.).
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- A propósito de la pureza de intención, valga lo que escribe Teresa de Jesús, la grande, la de Ávila:
Pareceros ha, hermanas, que hablo fuera de propósito y no con vosotras, porque estas cosas no las hay acá, que ni tenemos hacienda ni la queremos ni procuramos, ni tampoco nos injuria nadie. Por eso las comparaciones no es lo que pasa; mas sácase de ellas otras muchas cosas que pueden pasar, que ni sería bien señalarlas ni hay para qué. Por estas entenderéis si estáis bien desnudas de lo que dejasteis; porque cosillas se ofrecen, aunque no de esta suerte, en que os podéis muy bien probar y entender si estáis señoras de vuestras pasiones. Y creedme que no está el negocio en tener hábito de religión o no, sino en procurar ejercitar las virtudes y rendir nuestra voluntad a la de Dios en todo, y que el concierto de nuestra vida sea lo que Su Majestad ordenare de ella, y no queramos nosotras que se haga nuestra voluntad, sino la suya. Ya que no hayamos llegado aquí –como he dicho– humildad, que es el ungüento de nuestras heridas; porque, si la hay de veras, aunque tarde algún tiempo, vendrá el cirujano, que es Dios, a sanarnos. (cf. Moradas III, cap. 2, § 6)
COLLATIO – Un compartir sencillo
Tras un breve tiempo de oración, si alguno lo desea, puede compartir en voz alta su oración, con su alabanza a Dios, su acción de gracias o una súplica confiada.
- Para ir acabando oramos rezando y/o nos unimos al canto del salmo que se proclamará el domingo (Salmo 91): en la Liturgia de las horas, p. 836.
ACTIO – Vivir la Palabra
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- “De dioses o de hombres” (puede verse el clip de vídeo, o al menos recordarse la historia de los monjes de Tibhirine, en Argelia), no se trata de teorías ni de discusiones, sino más bien de lo que revelan unos u otros. A este propósito, desafía para esta semana san Teófilo de Antioquía:
«Si tú me dices: “Muéstrame a tu Dios”, yo te diré a mi vez: “Muéstrame tú al hombre que hay en ti”, y yo te mostraré a mi Dios. Muéstrame, por tanto, si los ojos de tu mente ven, y si oyen los oídos de tu corazón. (…) Ven a Dios los que son capaces de mirarlo, porque tienen abiertos los ojos del espíritu. Porque todo el mundo tiene ojos, pero algunos los tienen oscurecidos y no ven la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean ha de decirse que el sol ha dejado de lucir, sino que esto hay que atribuírselo a sí mismos y a sus propios ojos. De la misma manera, tienes tú los ojos de tu alma oscurecidos a causa de tus pecados y malas acciones»
(San Teófilo de Antioquía, Ad Autolycum 1,2).
Puede encontrarse el fragmento más extendido tras el saludo a la Virgen.
Oración final – Padre nuestro.
Saludo a la Virgen María: Dios te Salve, Reina y Madre (Eugenia Gambelin).
∴
Ampliación del fragmento de san Teófilo a Autólico.
La traducción, manteniendo fidelidad al fondo, resulta un poco libre. Véase el texto original aquí. Ad Autolycum, 1,1-3:
Aquellos que usan de la boca para lisonjear y alabar con dicción complaciente a míseros hombres tienen entendimiento corrompido; placer y alabanza para la gloria vana; mas el que ama la verdad no atiende a las palabras afectadas, sino que examina cuál sea la eficacia del discurso. Ahora bien, tú, amigo mío, me increpaste con vanas palabras, vanagloriándote en tus dioses de piedra y leño, cincelados y fundidos, esculpidos y pintados, dioses que ni ven ni oyen, pues son meros ídolos, obras de manos de los hombres; y me motejas además de cristiano, como si llevara yo un nombre infamante. Por mi parte, confieso que soy cristiano, y llevo este nombre, grato a Dios, con la esperanza de ser útil para el mismo Dios. Porque no es, como tú te imaginas, cosa difícil el nombre de Dios, sino que tal vez, por ser tú inútil para Dios, has venido a pensar sobre Dios de esa manera.
Pero incluso si tú dices: «Muéstrame a tu Dios», yo te replicaría: «Muéstrame tú a tu hombre, y yo te mostraré a mi Dios». Muéstrame, en efecto, los ojos de tu alma que ven y los oídos de tu corazón que oyen. Porque a la manera que quienes ven con los ojos del cuerpo, por ellos perciben las cosas de la vida y de la tierra, y disciernen juntamente sus diferencias, por ejemplo, entre la luz y la obscuridad, entre lo blanco y lo negro, entre la mala o buena figura, entre lo que tiene ritmo y medida y lo que arrítmico e inconmensurable, de modo similar, dígase de lo que cae bajo el dominio de los oídos: sonidos agudos, bajos y suaves; tal sucede con los oídos del corazón y los ojos del alma en cuanto a su poder de ver a Dios.
Dios, en efecto, es visto por quienes son capaces de mirarle, si tienen abiertos los ojos del alma. Porque, sí, todos tienen ojos; pero hay quienes los tienen obscurecidos y no ven la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean, deja de brillar la luz del sol. A sí mismos y a sus ojos deben los ciegos echar la culpa. De semejante manera, tú, hombre, tienes los ojos de tu alma obscurecidos por tus pecados y tus malas obras. Como un espejo brillante, así de pura debe tener su alma el hombre. Apenas el orín toma el espejo, ya no puede verse en él la cara del hombre; así también, apenas el pecado está en el hombre, ya no puede éste contemplar a Dios.
Muéstrame, pues, tú, a ti mismo: si no eres adúltero, si no eres deshonesto, si no eres invertido, si no eres rapaz, si no eres defraudador, si no te irritas, si no eres envidioso, si no eres arrogante, si no eres altanero, si no riñes, si no amas el dinero, si no desobedeces a tus padres, si no vendes a tus hijos. Porque Dios no se manifiesta a quienes cometen estas acciones, si no es que antes se purifican de toda mancha. Pues también sobre ti proyecta todo eso una sombra, como la mota que se mete en el ojo para no poder mirar fijamente la luz del sol. Así también tus impiedades, oh hombre, proyectan sobre ti una sombra, para que no puedas mirar a Dios.