Y la Virgen, Nuestra Señora, ¿cómo vivió ella el Domingo de Ramos?
Puede ayudarnos a responder, en la oración, el Himno a la compasión de María, “Como una oveja que ve a su cría arrastrada al matadero” de San Romano, el Meloda (ca. 490-560).
Se trata uno de los más célebres antiguos poetas sirio-bizantinos. Junto al san Efrén comparte las características de teólogo y poeta –hicieron teología en poesía–, y ambos fueron diáconos. Romanos ejerció como diácono, primero en la Catedral de la Resurrección de Berito, en el actual Beirut y más tarde en el monasterio junto a la Iglesia de la Theotókos (=Madre de Dios), en Constantinopla. Para saber más, véase la audiencia general de Benedicto XVI del 21 de mayo de 2008, sobre Romano, el Meloda
He aquí las primeras estrofas del himno “del humilde Romano (τοῦ ταπεινοῦ Ῥωμανοῦ)” alrededor de María a la hora de la cruz:
Venid todos, cantemos
al que fue crucificado por nosotros
pues María le vio sobre el leño y decía:
«Incluso en el tormento de la cruz, tú eres mi Hijo y mi Dios».
Como una oveja que ve a su cordero
arrastrado al matadero,
María seguía, quebrantada por el dolor,
al igual que las demás mujeres.
Gemía: «¿Adónde vas, hijo mío?
¿Por qué esta carrera veloz?
¿Hay otra boda en Caná,
a la que te apresuras
para hacer vino con sus aguas?
¿Te seguiré, hijo mío, o debo más bien esperarte?
¡Dime una palabra, oh Tú, la Palabra!
No me dejes así sin decir palabra alguna,
oh, tú que me has guardado pura, mi Hijo y mi Dios!
Nunca pensé, Hijo mío,
que te vería en tal estado:
nunca lo habría creído,
ni aún cuando vi a los impíos furiosos
tendiendo hacia ti sus pérfidas manos.
Sus hijos aún tienen en la boca el grito:
“¡Hosanna! ¡Bendito seas!”
Las palmas a lo largo del camino
todavía susurran a todos la exaltación
con la que estos desaprensivos te aclamaron.
Entonces, ¿por qué esta mudanza?
¡Oh! ¡Tengo que saberlo!
¿Cómo puede ser que mi Luz se apague?
¿Cómo es posible que fijen a la cruz a mi Hijo y mi Dios?
Caminas, oh entrañas mías, hacia una muerte inicua;
y ¿nadie se compadece?
Pedro, no está contigo,
el que te dijo: «aunque hubiera que morir,
yo jamás renegaría de ti»
Te abandonó también Tomás, que jaleaba:
«¡Muramos todos contigo!».
Y también los demás, parientes e hijos,
los que han de juzgar a las doce tribus,
¿dónde están ahora?
Ninguno de ellos está aquí;
solo, empero, por todos
mueres tú, ¡Hijo mío, abandonado!
Eres Tú, en cambio, el que los has salvado a todos,
por todos ellos has satisfecho tú, mi Hijo y mi Dios!»
San Romano, el Meloda (493-560) – Himno sobre la compasión de Nuestra Señora, XXXV, Prooiïmion-3, cf. Sources Chrétiennes 128, 160-164.