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Lectio Divina

 

Véante mis ojos - Fr. Alejandro Tobón OCD

 

El Señor es mi luz y mi salvación (Edgardo Tourn)

 

Tota pulchra es, Maria (Gregoriano cantilado a dos voces)
11 marzo, 2025 / Carmelitas
Lucas 9,28-36, una propuesta de lectio

La Palabra para el próximo domingo, 2º de Cuaresma (c):

Gn 15,5-12.17-18: Dios inició un pacto fiel con Abrahán.
Sal 26,1.7-8a.8b-9abc.13-14: El Señor es mi luz y mi salvación. [R/.: 1a]
Flp 3,17-4,1: Cristo nos configurará según su cuerpo glorioso.
Lc 9,28b-36: Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió.

Ambientación: La semana pasada nos adentrábamos en el desierto que nos ha de liberar de la esclavitud de Egipto y nos ha de “sacar”, nos ha de llevar a la libertad de la Tierra Prometida. Contemplábamos la participación de Jesús en un tremendo combate del que salía (“éx-odo [ἔξ-οδος]”) victorioso por la penitencia, el ayuno, la oración, la escucha de la Palabra de Dios. De este modo nos empieza a abrir el camino (ὁδός) para poder celebrar y tomar parte verdaderamente en su Pascua. Si el domingo 1º de Cuaresma nos asombraba con la terrible escena de Jesús tentado, el 2º cambia radicalmente el perfil de su estado, y en antítesis, nos lo regala transfigurado. Se entiende fácilmente: la Cuaresma es preparación a la Pascua; para vivir la Cuaresma no basta con la pasión y muerte de Jesús, hace falta también su resurrección. Tras la victoria de Jesús sobre el Maligno en el desierto, la transfiguración anticipa el triunfo final último y definitivo de Jesús y nos educa para vivir adecuadamente estas semanas.

Oración inicial

Véante mis ojos, dulce Jesús bueno;
véante mis ojos, muérame yo luego.

Vea quien quisiere rosas y jazmines,
que si yo te viere, veré mil jardines,
flor de serafines; Jesús Nazareno,
véante mis ojos, muérame yo luego.

No quiero contento, mi Jesús ausente,
que todo es tormento a quien esto siente;
sólo me sustente su amor y deseo;
véante mis ojos, dulce Jesús bueno;
véante mis ojos, muérame yo luego.

Siéntome cautiva sin tal compañía,
muerte es la que vivo sin Vos, Vida mía,
cuándo será el día que alcéis mi destierro,
véante mis ojos, muérame yo luego.

Dulce Jesús mío, aquí estáis presente,
las tinieblas huyen, Luz resplandeciente,
oh, Sol refulgente, Jesús Nazareno,
véante mis ojos, muérame yo luego.

¿Quién te habrá ocultado bajo pan y vino?
¿Quién te ha disfrazado, oh, Dueño divino?
¡Ay que amor tan fino se encierra en mi pecho!
Véante mis ojos, muérame yo luego.

Gloria, gloria al Padre, gloria, gloria al Hijo,
gloria para siempre igual al Espíritu.
Gloria de la tierra suba hasta los cielos.
Véante mis ojos, muérame yo luego.

Véante mis ojos es una coplilla popular amorosa, que hoy conocemos vuelta a lo divino. Se ha llegado a atribuir a santa Teresa de Jesús su autoría, aunque no es suya. Con todo, sí aparece en un conocido episodio de su vida. En el convento de Salamanca, había entrado una novicia –Isabel de Jesús– con buena voz, con dotes para la música y el verso. Una tarde de Pascua de Resurrección de 1571, Teresa de Jesús se encontraba sumida en estado espiritual de soledad. Estando en la recreación, Isabel de Jesús, empezó a cantar estas coplas y Teresa transitó a otro estado, el éxtasis. La propia Isabel de Jesús narra el suceso en las declaraciones para la beatificación de Teresa de Jesús:

Otra vez, oyendo cantar a esta testigo unas coplillas que trataban del sentimiento de la ausencia de Dios, se quedó de tal manera arrobada, que al cabo de muy gran rato la vio llevar esta testigo a algunas asida de entrambas partes, casi como en peso, a su celda. Lo que allá pasó no vio por ser entonces novicia, y había en esto gran recato; otro día después de medio día la vio salir, que aún parecía no estaba vuelta del todo en sí; y después por un escrito de la misma madre Teresa de Jesús, se vio haberla hecho Nuestro Señor una grandísima merced, cree ser esto lo que vio esta testigo, por ser el mismo día que la Madre dice en su papel haberle acontecido, y con la misma ocasión y a la misma hora (Declaración de Isabel de Jesús, Salamanca, 3 de enero de 1592. BMC, t. 20, p. 120.).

Puede verse el artículo del p. Salvador Ros OCD,
p.20 del pdf.

LECTIO  –  ¿Qué dice el texto?Lucas 9,28b-36

Motivación: En el Evangelio de san Lucas sigue inmediatamente a la invitación del Maestro: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame» (Lc 9, 23). Jesús ha anunciado que debe padecer mucho, ser rechazado, morir y resucitar; avisa explícitamente que quienes quieran seguirle deben negarse a sí mismos y cargar con la cruz. Y añade: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán antes de ver el reinado de Dios».… ¿Se cumplirá esa misteriosa promesa? ¿Cómo?

Propuestas para enmarcar la lectura:

    • El relato de Lucas puede dividirse en dos grandes partes: la subida a la montaña (como en el ascenso al Sinaí: lugar de la teofanía divina, cf. Ex 19) y una “visión auditiva”.
    • San Lucas no habla de «Transfiguración» (cf. Mc 9,3; Mt 17,2), pero describe todo lo que pasó a través de varios elementos: el rostro de Jesús que cambia y su vestido se vuelve blanco y resplandeciente, en presencia de Moisés y Elías, símbolo de la Ley y los Profetas. Luego, se escuchará una Voz…
    • A los tres discípulos que asisten a la escena les dominaba el sueño. (Interiormente, ¿me echo a dormir solo de pensar que empieza la lectio?) Entonces el ritmo de la escena se acelera…

Del Evangelio de san Lucas (Lc 9,28b-36)

28 Unos ocho días después de estas palabras, se llevó con él a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a un monte para orar29 Mientras él oraba, cambió el aspecto de su rostro, y su vestido se volvió blanco y muy brillante. 30 En esto, dos hombres comenzaron a hablar con él: eran Moisés y Elías 31 que, aparecidos en forma gloriosa, hablaban de la salida de Jesús que iba a cumplirse en Jerusalén. 32 Pedro y los que estaban con él se encontraban rendidos por el sueño. Y al despertar, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban a su lado. 33 Cuando éstos se apartaron de él, le dijo Pedro a Jesús:

—Maestro, qué bien estamos aquí; hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías —pero no sabía lo que decía.

34 Mientras así hablaba, se formó una nube y los cubrió con su sombra. Al entrar ellos en la nube, se atemorizaron. 35 Y se oyó una voz desde la nube que decía:

—Éste es mi Hijo, el elegido: escuchadle.

36 Cuando sonó la voz, se quedó Jesús solo. Ellos guardaron silencio, y a nadie dijeron por entonces nada de lo que habían visto.

MEDITATIO (RUMINATIO) –  Leemos y releemos, nos arañan tantas somnolencias y combatimos por permanecer en vigilia y contemplar la gloria de Jesús. ¿Qué me dice el texto, cómo me muestra su gloria, a través de qué?, ¿en qué me concierne?

    • Respecto a Marcos (Mc 9,1-8) y Mateo (Mt 17,1-6), Lucas introduce un dato específico propio, significativo. Marcos y Mateo dicen que subieron “a una montaña alta y apartada” (cf. Mc 9,2; Mt 17,1); Lucas, que “subieron a la montaña para rezar” (v. 28). La altura y apartamiento del monte no le interesan, lo que le importa es descubrir a Jesús orante: Jesús que reza, en especial, en todas las ocasiones trascendentales de su vida.
    • Una vez que ya han subido a la montaña, se da la visión. Cuatro elementos la hacen avanzar:
      1. La transformación del rostro y las vestiduras de Jesús: «En su presencia se transfiguró y sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún batanero del mundo» (Mc 9,3). La fuerza recae en la blancura del vestido de Jesús. Lucas, sin embargo, destaca que el cambio se produce mientras Jesús oraba, y se centra en el cambio de su rostro, no en el de sus vestidos: “Y, mientras orabael aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.” Lucas se presta como cineasta, nos da a contemplar la escena a cámara lenta, centrada en el primer plano: el rostro de Jesús. Podemos entrever un anticipo de las apariciones de Cristo resucitado, o aún un anticipo de nuestra futura condición gloriosa (Póngase en relación con la segunda lectura del domingo, cf. Fil 3,17-41).
      2. La aparición de Moisés y Elías. Moisés es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios hablaba cara a cara. A decir de la tradición bíblica, sin Moisés no habrían existido ni Israel ni su religión. Elías es el profeta que salva a esa religión en su mayor momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está a punto de sucumbir por el influjo de la religión cananea. Sin Elías habría caído por tierra toda la obra de Moisés. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípu­los (no a Jesús) dice la importancia del profeta (Jesús) al que están siguiendo. No es un hereje ni un loco, no es un fanático destructor del camino por el que Dios guía y libera a su pueblo, se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando su obra a plenitud. En este contexto, las palabras de Pedro chocan: ¿es preferible quedarse en lo alto de un monte todavía de servidumbre que cargar con la cruz y seguir a Jesús hasta la muerte y resurrección?
      3. Como en el Sinaí, el monte queda todo él dentro de una nube: revela y cubre; un misterio se ha empezado a desvelar, pero todavía falta que su velo, como el del templo, quede rasgado del todo, de arriba abajo, lo cual solo tendrá lugar en la muerte de Jesús.
      4. La visión en primer plano del rostro de Jesús se torna completamente deslumbrante, el ojo ya no vale para la vista. Lucas pasa a la audición. Sube el volumen de la voz en off del audio. Sus palabras reproducen exactamente las que se escucharon en el momento del bautismo (Dios presentaba a Jesús como su siervo). Además, aquí añade un imperativo: ¡Escuchadle! (αὐτοῦ ἀκούετε)” (v. 35). ¿Qué se ha de escuchar? Póngase en relación de continuidad directa con las anteriores palabras de Jesús, sobre su propio destino y sobre el seguimiento y sobre la cruz de sus discípulos. ¿Me dice algo?

ORATIO – Converso con el Señor a partir de su Palabra

Motivación: Casi podría decirse que, después de las tentaciones de Jesús en el desierto, nos queda claro que enfrentar al enemigo a la brava es extremadamente duro, además de peligroso. La Transfiguración de Jesús ofrece el consuelo de un atractivo seguimiento, es un punto de inflexión, o una meta volante, pero todavía no es la meta última.

    • Alabo al Señor por su gloria; por habérnosla dejado entrever en la Transfiguración.
    • Pido al Señor que me acuerde de este consuelo en las horas de brumas espesas…
    • Suplico el don de la conversión para poner en ayunas la carne que tira hacia los instintos bajos y dejar lugar para el Espíritu, que me lleve hacia lo alto…
    • Resulta revelador el sueño: los discípulos duermen. Ese es el tono de quien, aun siendo espectador de los prodigios divinos, no comprende. Sólo la lucha contra el sopor que los asalta permite a Pedro, Santiago y Juan «ver» la gloria de Jesús. Casi parecen no poder salir de sí para seguir a Jesús: en la transfiguración, duermen; en Getsemaní, mientras Jesús ora, ellos duermen (cf. Lc 22,39-46)…
    • Adoro, a Jesús transfigurado, y con Él adoro al Padre, y al Espíritu que le ilumina y fortalece (y si le dejo, me ilumina y me fortalece…)
    • Muy probablemente, más que María nadie ha experimentado en su propia carne la transfiguración de Jesús en este mundo. A ella el poder del Altísimo la cubrió con su sombra (cf. Lc 1,35). Desde su concepción ha ido creciendo de gracia en gloria. Converso con ella, le ruego que me comparta su vida de fe.

CONTEMPLATIO – Pocas escenas más idóneas para la contemplación

Motivación: La transfiguración forma parte de los grandes núcleos del misterio cristológico: aquí lo consideramos en la perspectiva bíblica-litúrgica de la cuaresma, de camino a Pascua. Confluyen el misterio trinitario, el antropológico, el escatológico…

    • «Maestro, qué bien se está aquí» (cf. Lc 9, 33): es la expresión de Pedro, que a menudo se parece a nuestro deseo respecto de los consuelos del Señor. La Transfiguración nos recuerda que las alegrías sembradas por Dios en la vida no son puntos de llegada, sino luces que él nos va dando en nuestra peregrinación terrena, para que «Jesús solo» (v. 36) sea nuestra Ley (Moisés) y su Palabra (Elías) sea el criterio de nuestra existencia:

«Los llevó a la montaña y les mostró su realeza antes de sufrir, su poder antes de morir, su gloria antes de ser ultrajado y su honor antes de sufrir la ignominia. Así, cuando fuera arrestado y crucificado, sus apóstoles comprenderían que no fue por debilidad sino por consentimiento y total voluntad de salvar al mundo. Los llevó a la montaña y les mostró, antes de su resurrección, la gloria de su divinidad. Así, cuando resucitara de entre los muertos en la gloria de su divinidad, sus discípulos reconocerían que no recibía esta gloria en recompensa de su pena, como si tuviera necesidad de ello, sino que le pertenecía por naturaleza, desde antes de los siglos, igual que al Padre y juntamente con el Padre.» (San Efrén, Sermón sobre la Transfiguración 1,4).

    • Los discípulos no quedan frente a un rostro transfigurado, ni ante un vestido blanco, ni ante una nube que revela la presencia divina. Ante sus ojos está «Jesús solo». Jesús está solo ante su Padre, mientras reza, pero, al mismo tiempo, «Jesús solo» es todo lo que se les da a los discípulos y a la Iglesia de todos los tiempos:  es lo que debe bastar en el camino.
    • La cuaresma es camino catecumenal de iluminación para los que van a recibir el bautismo, de renovación para los bautizados: ¡Véante mis ojos! Muérame yo luego.

COLLATIOUn compartir sencillo

Tras un breve tiempo de oración, si alguno lo desea, puede compartir en voz alta su oración, con su alabanza a Dios, su acción de gracias o una súplica confiada.

    • Para ir acabando oramos rezando y/o nos unimos al canto del salmo que se proclamará el domingo (Salmo 26): en la Liturgia de las horas (tomo de Cuaresma y Pascua), p. 422.
    • El Señor es mi luz y mi salvación (puede escucharse la versión de Edgardo Tourn)

 ACTIO – Vivir la Palabra

    • Él es la única voz que se debe escuchar, el único a quien es preciso seguir, él que subiendo hacia Jerusalén dará la vida y un día «transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo» (Flp 3, 21).

Oración final – Padre nuestro.

Saludo a la Virgen María: Tota pulchra es (cantilación corsa sobre el motivo gregoriano clásico, convento de Niolo). Texto y traducción:

Tota pulchra es, Maria,
et macula originalis non est in te.
Tu gloria Jerusalem,
tu laetitia Israel,
tu honorificentia populi nostri,
tu advocata peccatorum.
¡Oh! Maria, virgo prudentissima,
mater clementissima,
Ora pro nobis,
intercede pro nobis
ad Dominum Jesu Christum
.

Toda  hermosa eres,  María, (toda hermosa eres, María).  
Y la mancha original no está en ti.
Tú, la gloria de Jerusalén,
tú, la alegría de Israel,
tú, el honor de nuestro pueblo,
tú, la abogada de los pecadores
¡Oh, María!, Virgen prudentísima,
Madre clementísima,
ruega por nosotros,
intercede por nosotros
ante el Señor Jesucristo.

 

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