“Para que en ti puedas confiar”, una canción de Diego Huberman que me impactó. Su mensaje es una bocanada de aire fresco. Empieza diciendo así: «Desconfía del amor que sea exclusivo para fieles o clientes de una u otra religión…». Sabemos que el amor de Cristo hacia toda la humanidad es siempre gratuito e incondicional. Desde su sacrificio en la cruz, Él mismo nos volvió dignos de recibirlo, sin hacer distinción alguna entre los que eligen aceptarlo y los que no. Entonces, ¿por qué hay gente —para muestra esta canción de El árbol de Diego— que experimentan que los que somos miembros de alguna religión excluimos del amor que profesamos a quienes no comparten nuestras creencias?
Es fácil darse cuenta cómo todas las veces que se pone el perfecto cumplimiento de las normas por encima de la caridad y del amor, hacemos daño, sobre todo a las personas que más amamos, así como a las que más necesidad tendrían de experimentar la misericordia de Dios. Jesús vino a darle pleno cumplimiento a la ley y a los profetas. La ley en plenitud es el amor (cf. Rom 13,10).
En cierta ocasión le oí decir a una madre que cuando su hijo se enamoró todo cambió. Llegó una persona especial, y, de repente, como por arte de magia, cambió en él todo lo que ella, durante largos años, fue incapaz. Y empezó a ser puntual, a bañarse con frecuencia, a ordenar su habitación, incluso, a comer mejor y a hacer deporte… Todo gracias a la motivación transformadora del amor, que le impulsaba siempre a ser mejor persona de la que ayer era en beneficio de la persona amada. Si un amor humano es capaz de cambiarnos para bien de esa manera, ¡qué no logrará el amor de Dios sacar de nosotros mismos para que seamos como Él, santos e inmaculados en el amor! Teresa de Lisieux, con gran acierto, apuntaba: «Me preguntas por un método para alcanzar la perfección. Yo solo conozco el amor y solo el amor».