Por fin, esta mañana del 5 de abril, viernes de la octava de Pascua, el diálogo compartido en pequeños grupos de reflexión, y las conversaciones habidas en tiempos de comida y encuentro fraterno se han podido reformular sintéticamente en un encuentro conclusivo común.
Además, el tiempo de la mañana ha dado para matizar lo que se iba nombrando, intercambiar opiniones, profundizar temas más allá de todo lo que los frailes hubiéramos expuesto previamente; ha servido para poder subrayar acentos, constatar diversidad de criterios, avistar retos próximos, esbozar hipótesis, posibilidades para la realidad que se aproxima, captar la trascendencia de la logística que va requerir (administrativa, jurídica); ilusionarnos ante la novedad de una ocasión de gracia, compartir las inquietudes que pueden generar, tomar cierta medida de los esfuerzos en los compromisos que suponen, nombrar los miedos que generan, nombrar con sinceridad las filias y las fobias que el asunto hace emerger…
Al final, casi como los apóstoles con las redes vacías, hemos concluido la asamblea celebrando la Eucaristía, motivados con la presencia y la Palabra del Resucitado, con un envío consolador de regreso cada uno a su realidad cotidiana.