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1 diciembre, 2020 / Carmelitas
Clausura del 50º aniversario de la Parroquia Virgen del Carmen, Onda (Castellón). 29 noviembre 2020

El Prior Provincial, M.R.P. Desiderio García Martínez, O.Carm., ayer, domingo, 29 de noviembre de 2020, presidió la Eucaristía de clausura del 50º aniversario de la Parroquia Virgen del Carmen de Onda (Castellón). En la Eucaristía de la Acción de Gracias, respetando las medidas de seguridad, impuestas por las autoridades sanitarias, se dio gracias a Dios por todos los años de presencia carmelita en el pueblo de Onda, y, en especial por la labor evangelizadora y difusora del carisma carmelita desde la Parroquia Virgen del Carmen. Estuvieron presentes en la celebración, el P. Juan Gregorio Señor Benedí, O.Carm., Párroco de la Parroquia Virgen del Carmen, la comunidad de religiosos carmelitas de El Carmen de Onda, algunos sacerdotes amigos del pueblo, carmelitas que vinieron de otras casas  de la Provincia, amigos, docentes y exalumnos de nuestros Colegios de Onda y Vila-real, la alcaldesa de Onda y algunos miembros de la corporación municipal.

El P. Juan Gregorio Señor Benedí, O.Carm., en la monición ambiental, hizo un resumen de la vida de la parroquia desde sus orígenes hasta nuestros días. Anunció que, al final de la celebración, se bendecirían una imagen del Santísimo Salvador y otra de la Inmaculada Concepción.

El Prior Provincial, agradeció a todos los presentes su asistencia en estos tiempos difíciles que nos toca vivir. Centró su homilía en las lecturas proclamadas en el primer domingo de Adviento. Reproducimos sus palabras:

Querida feligresía y queridos amigos. Hoy resuena con fuerza la palabra del profeta Isaías: ¡Vuélvete, Señor, por amor a tus siervos. ¡Ojalá rasgases los cielos y bajases! Isaías abre el Adviento como un maestro del deseo y de la espera.

El Adviento es tiempo de espera. Cuatro semanas para enseñarnos a gritar: “¡Ven, Señor!” San Bernardo, como bien sabemos, apuntaba que la manifestación de Dios al hombre se despliega en tres venidas.

La primera venida la conocemos y ocurrió hace 2000 años. Dios abrió los cielos y nos envió un regalo: a su Hijo Jesús.

La segunda venida la esperamos. Será al final del tiempo, cuando -como recuerda nuestro hermano san Juan de la Cruz- seremos examinados en el amor. En cada celebración, expresamos este anhelo: “Este es el sacramento de nuestra fe. Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección: ¡Ven, Señor Jesús!

Y entre la primera y la segunda venida, hay una tercera venida. Se repite diariamente (ayer, hoy, mañana, pasado mañana…). Dios se hace visible en cada acontecimiento y circunstancia de la vida. Dios se manifiesta en medio de la tarea, y, allí, espera ser descubierto. La dificultad es que la tercera venida, siendo la más frecuente, es la más ignorada, por ser misteriosa y oculta. Dios se disfraza. Martin Buber afirmaba: “Dios es como un niño que juega al escondite y llora cuando no lo encontramos”. Dios espera ser descubierto. Sólo el que vigila -verbo repetido en tres ocasiones en el pasaje del evangelio de hoy- lo descubre en medio de la tarea.

¿A qué nos invita el Adviento? A cultivar la atención y la esperanza.

La filósofa Simone Weil insistía en la necesidad que tenemos de recuperar la virtud de la atención. La atención es la mejor vacuna para la distracción y la superficialidad. Males endémicos del siglo XXI. Hay quienes piensan que están cansados, abrumados, depresivos, y, quizás, sólo estén distraídos. Distraídos, viviendo fuera de nuestro centro: Cristo. El papa Francisco, con sencillez, lo subrayaba no hace mucho tiempo: “Andamos distraídos en mirarnos el ombligo en vez de mirarnos el alma… Por eso, nos cuesta notar la mano de Cristo en nuestro hombro en todo momento; así como su presencia oculta en cada hombre y mujer que sufre y está a nuestro lado”. Anestesiados en la superficialidad. Adoctrinados todo el día por san Google, que opina y nos exige saber de todo (medicina, física nuclear, agricultura, cocina, astronomía…). Luego resulta que uno no sabe bien de nada. La rapidez e inmediatez -que tienen, no cabe la menor duda, sus bondades-, esconden también no pocas miserias. Sobre todo, la falta de hondura y sabiduría.

El Correo de Washington, famoso periódico de USA, en enero de 2007, llevó a cabo un experimento para medir la sensibilidad y el gusto estético del norteamericano medio. Convencieron a Yoshua Bell -uno de los grandes virtuosos del violín de aquel momento- para que se disfrazara de mendigo. Ropa sucia, gorra de béisbol… Debía tocar, repetidamente, en una de las paradas del metro de Washington, el concierto espectacular que, días antes, había interpretado en Boston. El violinista, disfrazado, interpretó cada pieza magistralmente. Al final de la jornada, exclamó: “La gente me ignoraba por completo. Eran incapaces de ver al músico que estaba escondido detrás del mendigo sucio”. Su observación viene al pelo: ¡Cuantas veces el mismo Dios puede estar a nuestro lado, interpretando las mejores sinfonías, y nosotros ignorarlo. Despistados… acelerados… Cultivar la atención… Abrir los ojos… Evangelizar los sentidos… ¡Cuánta gente quiere irse a Calcuta a hacer bien y la señora María la del tercero, está más sola que la una! Y Dios sigue llorando, porque no lo encontramos… ¡Vigilad! Ojalá que la tarea que Dios nos ha asignado a cada uno no se convierta en un fin en sí misma, haciendo al hombre víctima de ella, porque, distraídos, somos incapaces de ver al Señor que nos regaló la tarea. ¡Si hermosa es la tarea, más hermoso es Quien nos la encomendó!

El Adviento nos recuerda que esperar es lo opuesto al que no ya no dirige el corazón a nada y a nadie. La esperanza es lo contrario a lo modorra y al letargo. Una esperanza activa, que acelera la venida de nuestro Señor y la edificación del Reino de Dios. La esperanza -y creo que esto lo entendemos- es mucho más que el optimismo. El optimismo se basa en números, en fuerzas y cálculos humanos. Inteligencia, fuerza de voluntad, estrategias… La verdadera esperanza cristiana empieza cuando acaba el optimismo y el camino está sembrado de fracasos. ¡Es ahí! Ahí empieza la verdadera esperanza que tiene como motor a Dios mismo. Un hombre y una mujer llenos de esperanza no se escandalizan si perciben que Dios se retrasa. Saben que el Señor viene, y que hay que buscarlo encendiendo la lámpara de la fe. La esperanza acaba siempre por descubrir las huellas y la bondad de Dios a su alrededor, sintoniza con la frecuencia del Espíritu Santo y en todo halla noticia de Dios. Beguín, el famoso literato suizo, puso en boca de Dios un pensamiento sublime: “(Dice Dios) Es la esperanza del hombre la que me estremece… Me conmueve que mis hijos me esperen. Esto me emociona”. Amar es esperar.

¡Feliz Adviento! A por otro cincuenta años más.
Dios os bendiga.

 

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