Estimados hermanos de la Provincia de ACV: Paz en el Señor.
Recibid mi felicitación en la fiesta de san Juan de la Cruz. Este año, la fiesta de nuestro patrono coincide con el 430º aniversario de su muerte, en Úbeda, el 14 de diciembre de 1591. Toda la enseñanza de Juan de la Cruz cabe en una afirmación muy sencilla: “Camino de unión del hombre con Dios”. Sirvan estas cuatro palabras (dignidad, libertad, amor y noche oscura) para refrescar entre nosotros la actualidad y grandeza de su mensaje.
1.- “El fin de Dios es engrandecer al alma” (Ll 2,3). A Juan de la Cruz le interesa Dios y el hombre. En la trascendencia de Dios basa la dignidad del hombre: “Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por tanto, solo Dios es digno de él” (Dichos 39). Y la mayor manifestación de Dios reside en la realización del hombre: “El fin de Dios es engrandecer al alma” (Ll 2,3). Dios y hombre están íntimamente entrelazados en la obra de san Juan de la Cruz. Solo Dios es el único que puede colmar y satisfacer al hombre en plenitud. La dignidad de la persona –afirma el Vaticano II– “tiene en el mismo Dios su fundamento y perfección”, y, si olvidamos este fundamento, el hombre “sufre lesiones gravísimas” (GS 21). En cada ser humano reside Dios, porque “el centro del alma es Dios”. Lo curioso es que alcanzar el propio centro es “ser uno mismo”. ¡Y en plenitud!
2.- “Fuera de Dios todo es estrecho” (Cta. 13). Dios no es un rival del hombre, no está celoso de su madurez y desarrollo ni atenta contra su dignidad y libertad. El santo, en el culmen de su vida espiritual, confirmará: “Siente (el hombre) a Dios aquí tan solícito de engrandecerlo con unas y otras mercedes, que le parece al alma que todo Él es para ella” (Ll 2,36). Y, en otra frase antológica, apuntará: “Fuera de Dios todo es estrecho” (Cta. 13). El hombre, creado con una estructura de “profundas cavernas”, “no se llena con menos que infinito” (L 3,18). Solo Dios puede saciar la sed radical del hombre. Fuera de Él, todo es estrecho. Solo Dios da alas verdaderas de libertad al hombre para que no sea esclavo de nada ni de nadie. Por eso, san Juan de la Cruz llama a las criaturas, y a todo aquello que despista al hombre y no es Dios, “migajas”: “Son meajas que cayeron de la mesa de Dios” (1S 6,3). La donación amorosa de Dios va “vaciando” al hombre de tantas posesiones que entorpecen su libertad, debilitando su ‘voluntad’ y oscureciendo su ‘entendimiento’. El hombre solo es libre si va asido a Dios. Soltar su mano es perderse en mil esclavitudes.
3.- “El que a ti te amare Hijo, a mí mismo le daría” (R2). “Si el hombre busca a Dios, mucho más le busca su Amado a él” (Ll 3,28). Es un Dios que nos ha dado todo, y se nos ha dado todo en Cristo como Palabra y como Amor: “El que a ti te amare Hijo, a mí mismo le daría; y el amor que yo en ti tengo ese mismo amor en él pondría, en razón de haber amado a quien yo tanto quería” (R2). Dios no nos ama menos que se ama a sí mismo. Dios nos “adama”, que “es mucho más que amar simplemente; es como amar duplicadamente” (C 32). El amor que brota en el seno de la Trinidad, manifestado históricamente en Cristo, impacta de lleno en el hombre, no solo para servirnos, sino para hacerse “esclavo de nosotros por amor” y ganarnos para su causa: “Comunícase Dios en esta interior unión al alma con tantas veras de amor, que no hay afición de madre que con tanta ternura acaricie a su hijo, ni amor de hermano ni amistad de amigo que se le compare… El inmenso Padre está tan solícito en la regalar, como si él fuese su esclavo y ella fuese su Dios. ¡Tan profunda es la humildad y dulzura de Dios! (C 27,1).
4.- “La noche es tiempo para embellecer” (1 S 9,1). Juan de la Cruz considera que el “camino de unión” es noche oscura que se recorre con los pies de las virtudes teologales. La fe, esperanza y caridad son el “único medio próximo” para “ir” el hombre a Dios, porque es el único medio por el cual Dios “viene” al hombre. “Estas tres virtudes andan en uno” (2 S 24, 8). ¡Nos unimos a Dios cuando creemos, esperamos y amamos! El Espíritu Santo –utilizando Juan de la Cruz la jerga taurina– “embiste” en el alma y la atraviesa, hasta el extremo que ésta se siente morir. Solo así es capacitada para recibir el inmenso amor de Dios. Esta noche de amor, finalmente, nos hermosea, sacando a la superficie nuestra bondad más extrema. El fin de la contemplación no es hacer de nosotros un ‘grupete’ de aristócratas espirituales, es más sencillo, se trata de enseñarnos a amar como el mismo Dios ama. Y esto, a nuestro pesar, nos cuesta la vida. En esta noche amorosa la “lejía” del Espíritu Santo –indicará Juan de la Cruz– sana desequilibrios emocionales, carencias afectivas, inmadureces escondidas, apetitos desordenados, sombras ocultas… La noche oscura es el arte de recomenzar. Para ello, Dios debe invadir por completo a la persona. Meter al “infinito” (Dios) en una realidad “finita” (hombre) es crucificante y doloroso, señalará; es como si quisiéramos meter el océano en un vaso de agua. La dilatación de la naturaleza del hombre es tal que siente que va a estallar… “Sin esta noche oscura de purgación”, es decir, sin el ensanchamiento de las entrañas del hombre, no se puede recibir en plenitud, “con deleite y gozo”, el amor a Dios y al prójimo. Es el Espíritu Santo el que nos engrandece por dentro preparando el alumbramiento del “hombre nuevo”. El dolor de esta noche abre los candados del “ego”, que somos incapaces de abrir.
Estimados hermanos, el desierto, lugar de transformación según la tradición carmelita, es, sobre todo, de donde nos llega la salvación de Dios, el anuncio de “los cielos y tierra nuevos” (cf. Is 65,17). El Papa Francisco, en su homilía pronunciada en la misa del pasado II domingo de Adviento, en Grecia, afirmaba: “Precisamente, allí, en el lugar de la aridez, en ese espacio vacío que se extiende hasta el horizonte y donde casi no hay vida, allí se revela la gloria del Señor, que –como profetizan las Escrituras (cf. Is 40,3-4)– cambia el desierto en lagunas, la tierra estéril en fuentes de agua (cf. Is 41,18). Este es otro mensaje reconfortante: Dios, hoy, como entonces, dirige la mirada hacia donde dominan la tristeza y la soledad. Podemos experimentarlo en la vida: Él a menudo no logra llegar hasta nosotros mientras estamos en medio de los aplausos y solo pensamos en nosotros mismos; llega hasta nosotros sobre todo en la hora de la prueba; nos visita en las situaciones difíciles, en nuestros vacíos que le dejan espacio, en nuestros desiertos existenciales. Allí nos visita el Señor”.
El carisma que el Espíritu Santo ha confiado al Carmelo es la respuesta concreta a los anhelos de Dios que todo tiempo histórico tiene: deseo de verle, deseo de tocarle, deseo de estar a solas con Él, deseo de entregarse sin límites a la humanidad, deseos de hacer el bien… Esto es lo que repetidas veces la Iglesia nos pide: ser guías en los senderos del espíritu; viajeros audaces que recorren los paisajes del alma; exploradores que conocen los caminos que llevan a cada persona al encuentro único e irrepetible con Dios. Juan de la Cruz nos ha mostrado a través de su obra que estos caminos, aunque parezcan inaccesibles y oscuros, son para todos, y son el lugar privilegiado del encuentro con el Amado, que nos espera justamente ahí donde nosotros, a veces, no nos atrevemos a buscarle.
P. Desiderio García Martínez, O.Carm.
Prior Provincial, Provincia de Aragón, Castilla y Valencia.