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Regina Coeli | Wirtualna Schola
20 abril, 2025 / Carmelitas
Feliz y santa Pascua 2025, con María

¡Verdaderamente ha resucitado el Señor, aleluya!  Surrexit Dominus vere, Alleluia!

A veces no es fácil, ni inmediato. Incluso puede parecer artificioso o forzado, ¿cómo pasar del dolor de la Pasión a la alegría de Pascua?

¿De la vergüenza de la propia miserable maldad, a la munificencia del don divino? ¿De la conciencia de la propia parte de responsabilidad en la cruz y muerte del Señor, o sea, del propio pecado, a la inmerecida misericordia que nada reprocha? ¿De la más densa y oscura tiniebla a la luz divina sin ocaso? ¿Del abismo del desconsuelo al consuelo que no tiene límite? En fin, ¿cómo pasar de la muerte a la Vida?

La misma Teresa de Jesús, quedó compungida acabando la Semana Santa de  1571. Muy probablemente como María, la Madre de Jesús en la PASCUA de su Hijo, que ¡por ser la Madre de Dios, no dejaba de ser humana! Se hallaría con el alma traspasada, ¡que no es poco!:

una espada te traspasará el alma… (Lc 2,35).

¡Vamos!, que lo suyo no es imaginar a la Virgen tocando las castañuelas. Por muy capaz que sea de entonar el Magnificat incluso al pie de la Cruz, es a otro nivel, y no porque la vida sea un fácil camino de rosas. Estaría deshecha, traspasada de dolor, tras el Viernes Santo, y el Sábado de espera… Los Evangelios van a lo esencial. Más que un reportaje periodística o una crónica histórica, hacen teología, ofrecen datos de fe.

María, “La-que-ha-creído (ἡ πιστεύσασα, he  pisteúsasa) –como nombre propio y con artículo, describiendo naturaleza, persona y cualidad– es declarada proféticamente dichosa (μακαρία, cf. Lc 1,45). La aparición de Jesús Resucitado a su Madre fue mucho más que una visita de médico. Es la confirmación de la fe en el amor, el ubérrimo fruto de la esperanza inquebrantable. No hay que ver contradicción con el evangelio de Marcos, cuando señala que Jesús se apareció primeramente (πρῶτον, próton) a Magdalena (cf. Mc 16,9). Los evangelistas tampoco retrataron a María por la calle de la Amargura, en el Via Crucis, y sin embargo, ¡no cabe duda que llegó al pie de la cruz! Que se le pregunten a Juan:

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre
y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás,
y María Magdalena.
(Jn 19,25)

Así ahora, en la resurrección. Los evangelistas acallaron la escena en el alba de la Pascua entre la Madre y el Hijo, no por defecto, sino por exceso: ¡exceso de gloria!, ¿cómo ponerlo en palabras? El que derramó lágrimas por Jerusalén y ante la tumba de su amigo en Betania, y consoló a sus hermanas, ¿no colmará de júbilo y de luz eterna los ojos de quien no se cansó de mirarle como imagen del Padre —icono del Dios invisible (cf. Col 1,15)—, no desfalleció en seguirle de Nazaret a Belén (para darle a luz)…? Y luego, de Belén a Egipto (huyendo para protegerle)… de vuelta a Nazaret (para la vida de cada día)…  de nuevo a presentarle a Jerusalén, para regresar a casa y haber de volver para encontrarle en el Templo… de Caná a Cafarnaúm o por donde anduviera predicando y sanando… de Galilea a Jerusalén, fuera de las murallas de la ciudad… y, de ahí al huerto, en el que había un sepulcro, para llorarlo muerto quedando ella en amarga soledad. Cuánta amargura, si no hubiera sido por el verlo, al menos, piadosamente sepultado en un sepulcro virgen, como sepultado había estado nueve meses en su vientre.

Pues, bien, de aquella Pascua de finales del s. XVI, cuenta Teresa:

“Díjome (Jesús, el Señor) que en resucitando había visto a Nuestra Señora, porque estaba ya con gran necesidad, que la pena la tenía tan absorta y traspasada, que aun no tornaba luego en sí para gozar de aquel gozo (por aquí entendía es otro mi traspasamiento, bien diferente; mas ¡cuál debía ser el de la Virgen!) y que había estado mucho con Ella, porque había sido menester, hasta consolarla.

(Sta. Teresa de Jesús, Cuentas de conciencia, 13ª,12. Salamanca, abril 1571.)

El mismo Jesús resucitado -Eucaristía comulgada- consuela a Teresa, haciendo gala de su oficio glorioso de Consolador pascual. ¿Y cómo consuela a Teresa? Le instruye sobre lo que en otro tiempo hiciera con su propia Madre, en el momento de su resurrección.

Si Jesús fue buen Hijo, -cosa que a juzgar por la resurrección, parece que así lo estimó el Padre- no solo no es difícil, sino que parece “justo y necesario admitir que Jesús antes que a nadie, iría a visitar, consolar y felicitar a su Madre, por su participación materna en su propia victoria. ¿Qué ternura, qué besos y qué abrazos no habría entre ambos?

“Ve el cuerpo del Hijo resucitado y glorioso, despedidas ya todas las fealdades pasadas, vuelta la gracia de aquellos ojos divinos y resucitada y acrecentada su primera hermosura. (…) al que tuvo muerto en sus brazos, verle ahora resucitado ante sus ojos. Tiénele, no le deja, abrázale y pídele que no se le vaya, entonces, enmudecida de dolor, no sabía qué decir, ahora, enmudecida de alegría, no puede hablar

Fray Luis de Granada, Vida de Cristo (Vita Christi), s. XVI.

Seguramente todo ello en misterioso silencio, perdida el habla, basta la mirada, el gesto. Los ruidos de palabras no entran donde la gracia y la gloria lo llenan todo.

Seguramente a muchos les venga a la memoria San Ignacio de Loyola. En  sus Ejercicios, evoca la más temprana aparición de Jesús resucitado. Propone a los que tienen dos dedos de frente que María ha sido la primera en “la contemplación para alcanzar amor de la 4ª semana y ofrece a sus compañeros y discípulos “ejercitantes:

Apareció a la Virgen María, lo cual,
aunque no se diga en la Escritura,
se tiene por dicho en decir que apareció a tantos otros;
porque la Escritura supone que tenemos entendimiento,
como está escrito: ¿también vosotros estáis sin entendimiento?

(Cf Lc 24, 25; San Ignacio, Ejercicios Espirituales, 299).

En realidad, mucho antes que Teresa e Ignacio, ya en el siglo IV, San Ambrosio de Milán, en el III libro Sobre la virginidad (De virginitate, liber III), defendía que:

“vio la Madre al Señor resucitado. Ella fue quien primero lo vio y creyó en la realización del portento. Luego lo vio María Magdalena, si bien ésta, de momento, no lo reconoció”.

En la misma línea el sacerdote Caelius Sedulio, poeta latino de la primera mitad del siglo V, compuso el poema Carmen paschale, sobre la vida de Jesús. Era la época del Concilio de Éfeso (celebrado entre el 22 de junio y el 16 de julio del año 431), cuando María fue proclamada Madre de Dios (Θεοτόκος, Theotokos). Sedulio sostenía que Cristo se había manifestado en el esplendor de la resurrección a su Madre. En efecto, ella, que en la Anunciación fue el camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a difundir la maravillosa noticia de la resurrección, para anunciar su gloriosa venida. Así inundada por la gloria del Resucitado, ella anticipa el “resplandor de la Iglesia:

“La siempre Virgen espera, y antes que a nadie, al amanecer el día,
el Señor se aparece antes su ojos, para que la buena Madre,
Testigo de inmenso misterio y canal por el que vino al mundo,
fuese la primera en saber que había regresado a la vida”

(cf. Sedulio, Carmen pascale, 5, 357-364: CSEL 10, 140 s).

(Referido en la preciosa catequesis durante la audiencia general de San Juan Pablo II del 21 de mayo de 1997)

La tradición de la Iglesia Oriental ha interpretado esta experiencia pascual de María a la luz del relato de la Encarnación (Lc 1, 26-38). El mismo ángel que al principio le anunció el nacimiento de Cristo vino al fin a anunciarle su victoria:

    • El “megalinario” o canto a María que se intercala en la plegaria eucarística después de la epíclesis, en el momento en que se recuerda a la Virgen en la comunión de los Santos, tiene este tono particular ya en la gran vigilia pascual bizantina : “El ángel le dijo a la llena de gracia : ¡Alégrate, Oh Virgen pura! Te lo digo de nuevo : ¡Alégrate! Tu Hijo ha resucitado al tercer día del sepulcro y ha resucitado a los muertos : ¡haced fiesta, pueblos!. Revístete de luz, nueva Jerusalén, porque la gloria del Señor ha amanecido sobre ti. Haz fiesta y alégrate, Sión. Y tú, Purísima Madre de Dios, ¡alégrate por la Resurrección de tu Hijo!”. (Aquí una preciosa interpretación eslava)
    • Al menos desde el siglo VIII, recordaba la aparición de Cristo resucitado a su Madre: “Los poderes celestiales aparecieron sobre tu sepulcro y los guardias quedaron como muertos. Y María entró al sepulcro buscando tu cuerpo purísimo; venciste al infierno sin ser tentado por él. Saludaste a la Virgen. Concediste la vida, tú que resucitaste de entre los muertos, Señor gloria a Ti”, texto de la liturgia bizantina.
    • “Así como el adviento, también el gozo de la resurrección fue anunciado a su Madre antes que a los demás… La Virgen que alababa y suplicaba fue la primera a quien el Hijo mostró la luz de la resurrección” (S. Jorge de Nicomedia, siglo IX).
    • “La Madre de Dios recibió el feliz anuncio de la resurrección del Señor antes que todos los hombres, como era conveniente y justo; precisamente ella lo fio antes que los demás, ella gozó de su vista… y lo oyó con sus oídos, pero también la primera y la única, tocó con las manos sus santos pies” (S. Gregorio Palamas, siglo XIV).

En plena Edad Media, una introducción de la “Leyenda Dorada” de Jacobo de la Vorágine (final del s. XIII), justificaba que los evangelios no mencionasen la aparición de Jesús a su Madre ya que tenían por finalidad consignar la apariciones a personas que pudieran ser aducidas como testigos de la Resurrección, y en este sentido no se incluía entre éstas a la Virgen María, porque:

“En cuanto a la tercera de estas apariciones (que tuvo el Señor), aunque los evangelistas nada digan, se cree comúnmente que el Señor, antes que a nadie, se apareció a la Virgen María. Que la Iglesia aprueba esta creencia parece inferirse del hecho de que la estación litúrgica del día de Pascua se celebre en la basílica de Santa María la Mayor. Si alguien dijere que esta aparición no debe tenerse por verdadera, puesto que los evangelistas no la mencionan, deberán decir también que Cristo resucitado no volvió a ver más en la tierra a su Madre, porque tampoco los evangelistas hablan para nada de que Cristo viera a su Madre desde que expiró en el Calvario hasta su ascensión a los cielos. Ahora bien, la sola idea de que semejante Hijo se hubiera conducido tan desatentamente y con tanto despego con semejante Madre repugna a cualquier conciencia. El silencio de los evangelistas acerca de esto se explica y comprende perfectamente: ellos consignaron meramente las apariciones hechas a personas que pudieran ser aducidas como testigos de la Resurrección. No procedía incluir entre estas personas a la Madre de Jesús, porque si las manifestaciones de las mujeres que aseguraron haber visto vivo a Cristo, pese a que carecían de parentesco inmediato con Él, fueron acogidas con cierta rechifla y atribuidas a sus fantasías femeninas, con mayor motivo hubiéranse tomado por delirios calenturientos de una madre las declaraciones de la Virgen María, y se hubiera dicho que era víctima de alucinaciones procedentes del intenso amor que tenía a su hijo. Por eso los evangelistas no se detuvieron a mencionar la aparición o apariciones que, naturalmente, se daban por supuestas. Quien se apresuró a consolar con su presencia a otros no iba a dejar a su propia Madre sin ese consuelo. ¡Precisamente a su Madre, la persona que más que ninguna otra había sufrido con la muerte de Jesús, y la que más y antes que ninguna merecía recibir la visita del Resucitado!”

Jacobo (Santiago) de la Vorágine, Leyenda Dorada (final del s. XIII)

Desde todo este trasfondo os deseamos por intercesión de la Virgen, la sobreabundante alegría del gozo pascual compartiendo con todos el saludo mariano de Pascua, el Regina coeli, laetare! Que todo los cristianos nos unamos al ángel de la pascua que anuncia a la Madre de Jesús el triunfo de su Hijo, cantándole con gozo (vídeo adjunto y partitura más abajo):

Regína cœli, lætáre, allelúia.
Quia quem meruísti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.


Reina del cielo, alégrate, aleluya,
porque el Señor, a quien has merecido llevar, aleluya,
ha resucitado, según su palabra, aleluya.
Ruega el Señor por nosotros, aleluya.

 

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