A veces, no es fácil celebrar la Navidad cuando falta un ser querido… ¡Lo que uno daría por poder festejar de verdad el nacimiento de Jesús cuando le falta alguien…!
Y a María, ¿le faltó alguien a su vera? ¿Habría deseado compartirle la alegría de su feliz parto a algún difunto de su familia?
Con una lectura capaz de evocar el modo de pensar los misterios del Señor según los Padres de la Iglesia responde un poeta, Antonio Murciano González (Cádiz, 1929), con:
La visitadora (Gn 3,6-15)
Era en Belén y era Nochebuena la noche.
Apenas si la puerta crujiera cuando entrara.
Era una mujer seca, harapienta y oscura
con la frente de arrugas y la espalda curvada.
Venía sucia de barros, de polvos de caminos,
la iluminó la luna y no tenía sombra…
Tembló María al verla; la mula no, ni el buey
rumiando paja y heno igual que si tal cosa.
Tenía los cabellos largos, color ceniza,
color de mucho tiempo, color de viento antiguo;
en sus ojos se abría la primera mirada
y cada paso era tan lento como un siglo…
Temió María al verla acercarse a la cuna.
En sus manos la tierra ¡Oh Dios! ¿Qué llevaría?
Se dobló sobre el Niño, lloró infinitamente
y le ofreció la cosa que llevaba escondida.
La Virgen, asombrada, la vio al fin levantarse.
¡Era una mujer bella, esbelta y luminosa!…
El Niño la miraba, también la mula, el buey
mirábala y rumiaba igual que si tal cosa.
Era Belén y era Nochebuena la noche.
Apenas si la puerta crujió cuando se iba.
María al conocerla, gritó y la llamó: «¡Madre!»
Eva miró a la Virgen y la llamó «¡Bendita!»…
¡Qué clamor, qué alborozo por la piedra y la estrella!
Afuera aún era pura, dura la nieve y fría.
Dentro, al fin, Dios dormido, sonreía
teniendo entre sus dedos niño: la manzana mordida.
¡FELIZ NAVIDAD!