Desde la primera aparición del ángel, la vida de José se vio inmersa en el incesante ritmo de cumplir la voluntad de Dios, de ser totalmente fiel a ella, a la misión confiada de custodiar a María y al Niño. La voluntad de Dios unía a los tres, a José, a María y a Jesús, en una perfecta comunión en el amor y en el sufrimiento que conllevaba ponerla por obra. Esto le supuso a José verse “arrancado” de todo aquello en lo que se había desenvuelto hasta entonces su vida de justo. Además, asociado al misterio de Jesús, José veía revivir misteriosamente en su vida, y con inefable fuerza, los grandes hitos de la historia salvífica de Israel:
a. De Nazaret, emplazada en lo que era el Reino del Norte, en la Galilea de los gentiles, se vio José desarraigado por motivo del censo ordenado por el emperador César Augusto, y conducido hasta el “Reino del Sur”, a Belén, ciudad natal del rey David. De este modo, experimentó la “deportación” que sufrieron sus antepasados con los asirios, que arrasaron totalmente el Reino del Norte.
b. También de Belén, tierra de Judá (el antiguo Reino del Sur), tendrá que huir José y abandonar la Tierra Prometida, Jerusalén y el templo, y vivir exiliado lejos de su patria, como aconteció con los judíos deportados por los
caldeos a Babilonia;
c. Y José, con el Niño y su madre, se refugió en Egipto. Allí donde, en sus orígenes, se había formado un numeroso pueblo descendiente de Abraham, Isaac y Jacob; allí donde el patriarca José les había precedido; donde conoció Israel al Dios potente que le liberaba del opresor para adorarle. Allí, Dios “recomenzaba” ahora la historia para culminar la salvación-liberación definitiva en Jesús y, con ello, la formación del “nuevo” Israel.
(Ver artículo completo publicado en Boletín Informativo de la Provincia carmelita de Aragón, Castilla y Valencia, nº 38, pinchando en el enlace) 05_Jose_en_la_huida_Boletin_nº_38_abril-junio 2021