Hospitalidad es abrir las puertas de nuestro hogar. Hospitalidad es ensanchar el «nosotros». En la buena acogida, quien llega no es meramente tolerado, sino celebrado. No es solamente atendido, sino cuidado. No encuentra solo alimento y cama, sino empatía y escucha. No hay asimetría en el encuentro, sino reciprocidad. Cuando se va, no todo vuelve a la normalidad, algo ha cambiado en la identidad de ambas partes, la del anfitrión y la del huésped. Una cuestión martillea el fondo de la conciencia: ¿quién acogió a quién? La hospitalidad no es solamente un valor privado; los valores personales se extienden a la esfera comunitaria y cívica, permitiendo la adopción de políticas concretas acertadas.
Cf. Miguel González Martín, Cristianismo y justicia, 196 (noviembre 2015).