El Carmelo es todo mariano, y todo lo mariano es también carmelita. ¡Cómo no festejar en el Carmelo, acercándose ya el ecuador del mes dedicado a la Virgen, la advocación de Fátima que tan estrechamente vinculada con los carmelitas ha querido la Providencia!
En el año 1917 Nuestra Señora del Rosario se apareció a tres niños pastorcitos en Cova de Iría, municipio de Fátima (Portugal): “No tengáis miedo. No os hago daño”, dijo la Virgen María el día de la primera aparición a Lucía, Jacinta y Francisco, mientras contemplaban a “una señora vestida de blanco, más brillante que el sol”, que les invitó al sacrificio y la oración perseverante por la conversión de los pecadores. Lucía, más tarde abrazaría la vida religiosa carmelita. Jacinta y Francisco fueron canonizados el 13 de mayo de 2017, es decir, que contamos con ellos en el cielo como intercesores por tantas necesidades que tenemos nosotros, la Iglesia y el mundo en la tierra.
Nos adentrarnos ahora en la grandísima tradición espiritual de la Iglesia para ir gustando de los tesoros del vivir como hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo.
Ofrecemos, a continuación, un pasaje de un autor antiguo relativamente poco conocido, San Efrén de Siria (o de Nísibis, por la ciudad que le vio nacer), conocido como “el arpa del Espíritu Santo”. Permaneció sirviendo a la Iglesia como diácono, y el 5 de octubre de 1920, mediante la Carta Encíclica Principi Apostolorum, Benedicto XV lo proclamó doctor de la Iglesia. He aquí, pues, una joya de la predicación mariana de este santo, ahora accesible en español (del Sermón 3, De diversis: Opera omnia, III syr. et lat., Roma 1743, 607):
“María fue hecha cielo en favor nuestro al llevar la divinidad que Cristo, sin dejar la gloria del Padre, encerró en los angostos límites de un seno para conducir a los hombres a una dignidad mayor. Eligió a ella sola entre toda la asamblea de las vírgenes para que fuese instrumento de nuestra salvación. En ella encontraron su culmen los vaticinios de todos los justos y profetas. De ella nació aquella brillantísima estrella bajo cuya guía vio una gran luz el pueblo, que caminaba en tinieblas”.
María puede ser denominada de forma adecuada con diversos títulos. Ella es el templo del Hijo de Dios, que salió de ella de manera muy distinta a como había entrado, porque, aunque había entrado en su seno sin cuerpo, salió revestido de un cuerpo. Ella es el nuevo cielo místico, en el que el Rey de reyes habitó como en su morada. De él bajó a la tierra mostrando ostensiblemente una forma y semejanza terrena.
Ella es la vid que da como fruto un suave olor. Su fruto, como difería absolutamente por la naturaleza del árbol, necesariamente cambiaba su semejanza por causa del árbol. Ella es la fuente que brota de la casa del Señor, de la que fluyeron para los sedientos aguas vivas que, si alguien las gusta aunque sea con la punta de los labios, jamás sentirá sed.
Amadísimos, se equivoca quien piensa que el día de la renovación de María puede ser comparado con otro día de la creación. En el inicio fue creada la tierra; por medio de ella es renovada. En el inicio fue maldita en su actividad por el pecado de Adán, por medio de ella le es devuelta la paz y la seguridad. En el inicio, la muerte se extendió a todos los hombres por el pecado de los primeros padres, pero ahora hemos sido trasladados de la muerte a la vida. En el inicio, la serpiente se adueñó de los oídos de Eva, y el veneno se extendió a todo el cuerpo; ahora María acoge en sus oídos al defensor de la perpetua felicidad. Lo que fue instrumento de muerte, ahora se alza como instrumento de vida.
El que se sienta sobre los Querubines es sostenido ahora por los brazos de una mujer; Aquel al que todo el orbe no puede abarcar, María sola lo abraza; Aquel al que temen los Tronos y las Dominaciones, una joven lo protege; Aquel cuya morada es eterna, se sienta en las rodillas de una virgen; Aquel que tiene la tierra por escabel de sus pies, la pisa con pies de niño”.
