La vida y testimonio de los santos y beatos Carmelitas pueden -incluso- llegar a ser abrumadoras. Sin ir más lejos, estamos celebrando un año dedicado a san Ángel de Sicilia, por el VIII centenario de su martirio. ¡Qué planazo!, ¿no? ¡Sólo verlo…!
¿Cómo acercarnos, entonces, para aprender adecuadamente de ellos? Tomamos prestadas algunas reflexiones del P. Robert Traudt, O.Carm., a ver si así se nos contagia algo de los santos ¡todos!, y de los carmelitas en particular.
El viaje al “Castillo interior” o “la Subida al Monte Carmelo” habría quien pudiera tomarlo como un GPS conducente a la unión mística con Dios de la mano de Juan de la Cruz y Teresa de Jesús, o al revés: como una prueba de fuego para una élite… ¿de otra pasta? Gracias a Dios, no todo queda en “órbitas estratosféricas” y encontramos también, un “caminito” como el de Teresita, que testimonia de la alegría de amar profundamente también a los miembros de la comunidad que más cuesta arriba se nos hace sonreír. El B. Tito Brandsma se implicó en el mundo, en la cultura, fue sal y levadura en medio de la masa, se enfrentó a los nazis y habló la verdad de Dios, de la verdad de la persona humana, y le costó el pasaje de ida, sin vuelta, a Dachau. Parece que estos y muchos otros vivieron una existencia más grande que la vida. Atribuimos a los santos visiones y poderosas experiencias espirituales del Señor; vidas heroicas que conducen a grandes logros y aventuras. Debido a todo esto, los santos pueden ser intercesores poderosos, pero parecen estar más allá de nosotros.
La santidad no comienza con milagros, sino con una percepción que Teresa de Jesús descubrió. Ella escribió: “Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?” Si esas palabras son ciertas (¡menudo, si lo son!), también significa que Dios podría decirnos “Tuyo soy…”. Buscó a los santos, los sedujo, y los colmó. Fueron creados no solo para hacer algo, sino para relacionarse con el Dios vivo.
Así, el tiempo nos es dado para estar presente y disponible para el Señor, para recogernos, escuchar, percibir la misma calma, la suave brisa con la Elías se encontró en el Horeb. El temor que experimentó de parte de un rey y de una reinezuela se desvaneció cuando fue abrazado por Dios. Ahí, Elías descubrió la voluntad de Dios: regresar a Israel como profeta para hablar con audacia la palabra que Dios le habló la intimidad.
Teresa y Juan iniciaron una reforma del Carmelo a riesgo de hacer el ridículo y superando dificultades. Las hermanas de Compiègne se negaron a inclinarse ante un gobierno revolucionario opresor y, tampoco se plegaron a renunciar a su fe en Cristo, pero antes de ir a una guillotina, piden a la superiora: “¿Permiso para morir, Madre?”, dejando a la multitud en silencio. Decirle a Dios, “Yo soy Tuyo” conduce a una vida que lo busca solo a Él. De este modo, Teresita enfrenta la oscuridad de la fe y continúa creyendo, confiando y viviendo el amor de Jesús aunque parezca muy distante de ella. Mira a cualquier beato o santo Carmelita y las palabras de Teresa se viven una y otra vez.
La santidad no es para unos pocos. Es una llamada universal de Dios a todo su pueblo, sin excepción. Es la llamada a estar con Él, que revuelve el corazón y el alma de la persona que se aventura a atender dicha llamada. Existe una creciente conciencia de que no solo somos notados, sino que Él constantemente busca y persigue a cada ser humano con amor y devoción. Aquellos que acallan su vida para escuchar Su voz, van respondiendo una y otra vez: “Soy Tuyo, soy Tuya; para ti nací: ¿qué quieres hacer de mí? ”El viaje hacia la santidad comienza.
¡Feliz fiesta de todos los santos carmelitas!
Reina y Decoro del Carmelo, ruega por nosotros.
