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Rincón carmelita

11 diciembre, 2019 / Carmelitas
Rincón carmelita. Romance de la Encarnación

Poco a poco se nos va haciendo el oído a que toda la herencia de san Juan de la Cruz gira en torno al amor: el Amado, la amada, pon amor…, a la tarde te examinarán en el amor, la purificación para el amor, la unión de amor etc. Y así, apunta en el horizonte la pregunta:

¿De dónde viene ese amor? ¿A qué se debe? ¿Por qué es así? Hoy nos acercamos a uno de los principios por los que Juan ha contemplado este misterio: el amor no es una idea, ni solo un ideal, es real, se ha hecho carne cumpliendo un inefable designio de la benevolencia de Dios. No es un Dios lejano, no es un Dios relojero que haya puesto en marcha la creación para dejarla marchar mecánicamente después; es un Dios que ama su creación hasta hacerse parte de ella para salvarla.

De todo un largo romance en que nuestro santo pone en verso el designio de Dios y su intervención en la historia, recordamos hoy el conocido como “romance de la Encarnación” interpretado por un grupo argentino llamado “Música callada” (La Plata – Argentina), con una composición que al parecer sería del también argentino Eduardo Andrés Malachevsky, si bien en esta grabación la interpretación está simplificada.

Narrador: coro

Ya que el tiempo era llegado
en que hacerse convenía
el rescate de la esposa,
que en duro yugo servía
debajo de aquella ley
que Moisés dado le había,
el Padre con amor tierno
de esta manera decía:

(El Padre) 

Ya ves, Hijo, que a tu esposa
a tu imagen hecho había,
y en lo que a ti se parece
contigo bien convenía;
pero difiere en la carne
que en tu simple ser no había.
En los amores perfectos
esta ley se requería:
que se haga semejante
el amante a quien quería;
que la mayor semejanza
más deleite contenía;
El cual, sin duda, en tu esposa
grandemente crecería
si te viere semejante
en la carne que tenía.
(El Hijo) 
Mi voluntad es la tuya
justicia y sabiduría,
y la gloria que yo tengo
es tu voluntad ser mía.
Iré a buscar a mi esposa,
y sobre mí tomaría
sus fatigas y trabajos,
en que tanto padecía;
y porque ella vida tenga,
yo por ella moriría,
y sacándola del lago
a ti te la volvería.
(Narrador: coro)
Entonces llamó a un arcángel
que san Gabriel se decía,
y enviólo a una doncella
que se llamaba María,
de cuyo consentimiento
el misterio se hacía;
en la cual la Trinidad
de carne al Verbo vestía;
y, aunque tres hacen la obra,
en el uno se hacía;
y quedó el Verbo encarnado
en el vientre de María.
Y el que tenía solo Padre,
ya también Madre tenía,
aunque no como cualquiera
que de varón concebía,
que de las entrañas de ella
él su carne recibía;
por lo cual Hijo de Dios
y del hombre se decía.
Y quedó el Verbo encarnado
en el vientre … de María.

 

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