Se acerca julio, el mes del Carmen por excelencia. Este año proponemos para prepararnos a celebrarlo con gozo acercarnos con detenimiento a la primera ampliación de título de honor con que la secuencia del Flos Carmeli sobrepuja a María más allá de su advocación principal: “vitis florigera, viña florida”. Lo haremos en tres breves entradas. He aquí la primera.
Lo curioso es que la imagen de la viña, además de bíblica, ya aparece en la tradición georgiana cristiana, una de las relativamente desconocidas tradiciones cristianas en occidente, pero no por ello de menor importancia.
Además de ofrecer una glosa del fundamento bíblico del título que presentamos, a la par lo acompañaremos de diversas interpretaciones de una antífona georgiana tradicional “Shen Khar Venakhi” (anterior al s. XII) que sobrevivió milagrosamente en Georgia a todo con lo que arrasó el comunismo. El canto georgiano dice traducido así:
Y a continuación, con la ayuda del P. Salvador Villota O. Carm., veamos cómo podemos empezar a meditar sobre la imagen bíblica de María, viña florida.
Ciñéndonos a su resonancia bíblica, el título “vitis florigera” dado a la Virgen María en el Flos Carmeli remite a un triple y enriquecedor aspecto: (1) Esta imagen vincula a María con el origen de la humanidad y la alianza primigenia; (2) Une a la Virgen a Israel y a la historia realizada por Dios con su pueblo; (3) Relaciona a María con la amada del Cantar y al amor entre Cristo y la Iglesia.
María, “viña florida”, unida al origen de la humanidad
La promesa — el “proto-evangelio” — depositada en Eva, “madre de todos los vivientes” (Gn 3,15.20), resplandece muy pronto en uno de sus hijos: en el justo Noé (Gn 6,9). Tras el diluvio, Noé fue el primero en plantar una viña y producir vino (Gn 6,20-21). La viña y el vino eran consecuencia de la alianza establecida por Dios con todas las criaturas (Gn 9,9-17); eran, además, fruto del trabajo de las manos del hombre (Cf. Gn 2,5.15: 9,20), expresión de acción de gracias y de colaboración con el Creador, y de la alegría que el nuevo orden causaba. Noé, jubiloso, “se embriagó” de vino. Y su “embriaguez” desveló el corazón justo o desaprensivo de sus hijos, sobre los que cayó la bendición o la maldición paterna (Cf. Gn 9,22-27).
En María, hija de Eva y descendiente de Noé, Dios hace resplandecer el cumplimiento de aquella primigenia promesa de salvación depositada en Eva, al nacer de ella Aquel que es la plenitud de la Alianza a favor de los hombres: Jesús. De Él, resucitado de entre los muertos y glorificado a la derecha del Padre, desciende el diluvio de gracias que inunda, purifica, redime y renueva la entera humanidad (Cf. Ef 4,7-13).
María, con vistas a Jesucristo y en Jesucristo, es, por tanto, “la viña florida” en cuyo seno Dios engendra el fruto que produce el Vino nuevo del que invita a embriagarse a todos los hombres, al mismo tiempo que, su acogida o rechazo, pone al descubierto las intenciones de cada uno de los corazones (Cf. Lc 2,34-35).
Tú eres la viña recién florecida.
Joven, hermosa, creciendo en el Edén.
Un fragante álamo joven en el paraíso.
Que Dios te adorne, nadie es más digno de elogio.
Tú misma eres el sol que brilla intensamente.