Ya hemos visto un primer marco en el que comprender la imagen bíblica de la viña que comprende a María, como “viña florida”, unida al origen de la humanidad y además, como “viña florida”, unida a Israel. El p. Salvador Villota O.Carm. nos ayuda a contemplar hoy, como desde la cima del Carmelo, a la Virgen, unida a Dios, meta espiritual de todo carmelita, de todo cristiano.
María, “viña florida”, unida a Dios en el Amor de su Hijo, el Amado
La interpretación alegórica del Cantar de los Cantares ha estado presente desde antiguo en Israel y en toda la tradición cristiana. La viña se utiliza como metáfora de la amada (Cf. Ct 8,11-12) y a María, en cuanto “viña”, se le ha vinculado a estos cánticos de amor. Para ella, las caricias de Dios, “sus besos”, superan cualquier deleite o relación o experiencia agradable representados por el vino (Cf. Ct 1,2).
El beso comunica la respiración y — considerando el trasfondo semita — transmite la vida del que besa. Jesús es el beso que Dios y María nos dan. Y “al besarnos con los besos de su boca”, con “sus palabras” que son espíritu y vida (Cf. Jn 6,63), Jesús nos da la vida de Dios, su soplo divino: el Espíritu Santo (Cf. Jn 19,30; 20,22). Éste, que embriagará a los Apóstoles en Pentecostés, es el “vino nuevo” derramado en nuestros corazones (He 2,4.13; Rm 5,5). Y esto ha sido posible gracias a María: ella, por su fe, se dejó besar por Dios y engendró y dio a luz “el Beso” que nos vivifica en el Espíritu: Jesucristo.
El Cantar afirma que la Amada ofrece un beso de amor que es “vino generoso” (Ct 7,10a). Jesús, “el beso de María”, se ofrecerá a sí mismo como bebida de salvación: el “fruto de la vid” que es la sangre preciosa de la Nueva Alianza (Cf. Mc 14,24-25; Lc 22,20). La fuerza de su amor, gratuito y generoso (Cf. Jn 13,1), es una llamada para reconocer en su Cruz el “tálamo nupcial” y la fecundidad del “árbol de la vida” (Cf. Gn 2,9; 3,24). Jesús, el Amado, muere besándonos y dándonos su Vida al entregarnos su respiración (su Espíritu) (Cf. Mt 27,50; Lc 23,46; Jn 19,30). A todos quiere enamorar y atraer hacia Él (Cf. Jn 12,32), para darles el fruto maduro de su victoria sobre el pecado, el mal y la muerte.
Y María, la “viña florida” que engendra para nosotros el “vino generoso”, nos es dada por amor como “propiedad nuestra” (Cf. Ct 8,12; Jn 19,27). Y es asombrosamente fructífera: da “mil siclos” a Salomón, y “doscientos siclos” a los guardas y… (Ct 8,11-12). Genera, en definitiva, una riqueza inagotable, porque ya no produce frutos según los cálculos del rey Salomón, sino según la economía de la gratuidad del Amor que impera en el Reino de Dios.
Por último, en esta relectura alegórica del Cantar, María, “moradora de los jardines” (Ct 8,13), vallados con un muro y puertas (Ct 8,9-10), es la mujer protagonista que deja inscrito su nombre simbólico: “la que ha encontrado la paz”, es decir, la verdadera Sulamita (de šalôm: paz). Ella ha encontrado en el amor del Amado — y hacia el Amado — la paz, esto es: la plenitud de la vida, de la existencia y de la alegría (Ct 8,10). Y es que el “Amado” ya no es el histórico Salomón (Ct 8,12), no obstante su extraordinario esplendor, sino el “Rey” y el “Salomón” auténticamente “hombre de paz” que la ha encontrado, es decir: “el Verbo-encarnado”. Por lo tanto, María, la “viña florida” es también la “viña de la Paz”, porque, como nos dice el Apóstol Pablo, “Cristo-Jesús (el Amado) es nuestra paz” (Ef 2,14).
Para los amantes de la música, adjuntamos la partitura de la antífona que nos ha venido acompañando, AQUÍ con la transliteración latina del georgiano, y por si alguno de nuestros visitantes lee el georgiano, a continuación en su texto original:
Tú eres la viña recién florecida.
Joven, hermosa, creciendo en el Edén.
Un fragante álamo joven en el paraíso.
Que Dios te adorne, nadie es más digno de elogio.
Tú misma eres el sol que brilla intensamente.